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martes, 8 de diciembre de 2020

 

El don de la Estrella 

…o de cómo se estrelló el firmamento

 

(Un cuento real para niños entre cuatro y cien años) 

 

En la noche vemos su luz.

De dónde surgió, no lo sé.

Cómo se llama, tampoco lo sé.

¡Parece tan cercana, y viene de tan lejos!

Quienquiera que seas,

 ¡brilla, pequeña estrella!

 

(Antigua nana irlandesa)

 


           En el principio, donde siempre comienza todo, lo único que había en el Gran Vacío era una Estrella, semejante a un copo de cálida nieve caído en medio de la fría e ilimitada negrura que llenaba el firmamento. El intenso fulgor de la Estrella la rodeaba como una blanca esfera y vivía cómoda y feliz dentro de esta, a salvo de la oscuridad circundante, que con todo su poder no podía quitar ese albo puntito de su negro traje y solo lograba devorar los luminosos pensamientos de la Estrella apenas salían disparados como chispas a través de las paredes de la redonda casita.

 

Y sucedió que uno de esos pensamientos, más sociable y amante de la compañía que los demás, se sintió cautivado por la hermosa claridad que lo recibió al nacer y decidió quedarse en casa al ver que sus hermanos no volvían a ella, y fue creciendo y creciendo hasta convertirse en una gran idea, la de hacer que la Estrella pudiera ver su propio reflejo.

 

Feliz por su solitaria ocurrencia, y dispuesta a divertirse con la novedad de un espejo, la Estrella tomó una buena porción de luz entre sus delicadas manos traslúcidas, la amasó haciendo un cilindro largo y grueso, lo estiró hasta darle forma rectangular, lo aplanó un poco, pero no demasiado, pues si lo hacía muy delgado podía quebrarse al separarlo del piso, lo adornó con un chispeante copete y después, tomándolo por los lados con los brazos bien extendidos, lo fue levantando poco a poco hasta colocarlo erguido ante ella. Por primera vez pudo contemplar su deslumbrante sonrisa y esta se amplió, pero para verse de costado y de cuerpo entero debía alejarse algunos pasos, así que atrapó cuatro destellos recién salidos del copete y con ellos clavó las cuatro puntas del Espejo a la curva pared. Y se sintió muy contenta con su obra.

           

Era en verdad un Espejo muy especial, hecho a la medida.  En el mismo instante que la luz salía de la Estrella rebotaba en el Espejo y volvía a ella formando un puente entre los dos, ya que el Tiempo aún no había sido inventado. Y la claridad que el Espejo reflejaba era tan intensa y pura como la que recibía, pues la devolvía toda, sin guardarse ni un rayito, resultando imposible distinguir al Espejo de la Estrella o del Puente, pues los tres brillaban tanto que eran como uno solo.

 

Y sucedió que al verse colgado dentro de la refulgente esfera, mirando complacido la móvil luz en el seno de la Estrella, al Espejo se le ocurrió que él siempre había estado allí. Y de esa reflexión nació el Tiempo. Como este, para no aburrirse, acostumbra cambiar todas las cosas, convenció al Espejo de que era él quien generaba la luz que reflejaba, y el otro, que no brillaba por su inteligencia, defecto común a todos los que viven pegados a una pared o lucen bienes que no son propios, creyó cierta esa tonta idea pensando que era suya.

 

Ahora entiendo cómo son las cosas, se dijo el Espejo, sintiéndose más importante que la Estrella y capaz de separarse de ella y sus tontas paredes, pues asumió que sin el torrente de luz que salía de él su creadora no brillaría y la casa quedaría tan apagada como la eterna noche de afuera. Y un poco por travesura, para asustar a la Estrella dejándola momentáneamente a oscuras, y otro poco por orgullo, para que supiera quien mandaba allí, el Espejo empezó a moverse mientras las chispas de su copete se multiplicaban.


Comenzó girando un poquito para acá y otro poquito para allá, a continuación despegó con cautela una de sus puntas y luego de fijarla nuevamente en su sitio lo intentó con la punta opuesta atreviéndose a levantarla un poco más, después abombó el pecho antes de hacer lo mismo con su parte posterior hasta pegarla toda a la curva pared, y estando en esas se puso a vibrar como si oyese un ritmo muy alegre, ondulando el cuerpo desde el copete hasta el borde inferior, estremeciéndose, proyectando un costado hacia el otro, estirándose para arriba o para abajo, a la izquierda o la derecha, y luego hacia varios lados a la vez, tratando con todos esos movimientos de controlar su reflejo y dirigir el chorro de luz fuera del recinto… cuando repentinamente se soltó de la pared y cayó al suelo, rompiéndose en miles de fragmentos.

 

Cada pedacito del Espejo se halló de pronto separado de los demás, sintiéndose culpable por haberse caído y terriblemente asustado por lo que había hecho. Y uno tras otro miraron tímidamente hacia arriba con un sentimiento desconocido para ellos, que era puro y simple Miedo, esperando el castigo de la Estrella. Pero ahora ninguno podía reflejarla por completo, así que la imaginaron de distintas maneras según la parte de ella que podían ver desde el lugar donde habían caído. Y comenzaron a discutir por eso elevando sus vocecitas chillonas, cortantes como cristales, cada quien buscando defender su punto de vista, pues todos guardaban un poco del terco orgullo y de la necia presunción del Espejo.

 

Gritaban y porfiaban sin importarles otra voz que la propia, como si el ego del Espejo se hubiese multiplicado en lugar de fragmentarse y siguiera íntegro en cada espejito, presionándolo para que atrajera la atención de la Estrella y lograra que esta le diera la razón sin tomar en cuenta a los demás, y ninguno respetaba al vecino, hasta que la muda y resplandeciente mirada de ella se impuso sobre el ensordecedor griterío haciendo que los trocitos del Espejo se vieran por primera vez reflejados los unos en los otros, percibiéndose muy feos y deformes en las aristas de sus bordes quebrados.

 

Por un momento todos quedaron inmóviles y enmudecieron del susto, para luego gritar más fuerte que antes, aterrorizados por lo que veían. Y el Miedo debido a la caída aumentó en cada uno al saberse diferente y creerse amenazado por los demás. Los pedacitos comenzaron a distanciarse unos de otros con torpes y cómicos movimientos, apoyando una parte de su cuerpo en el suelo y luego haciendo lo mismo con la parte opuesta, primero con torpeza y luego cada vez más rápido, lo que no era poca cosa para unas criaturas sin pies; los trozos redondeados se alejaban prudentemente de aquellos con puntas afiladas, los más gorditos rodaban para poder escapar con mayor celeridad, los triangulares miraban con recelo a los de cuatro o más lados, los pequeños lloraban mientras huían de los mayores o estos los empujaban, quienes quedaron congelados por el pánico tras la caída inicial también se vieron forzados a moverse, y de esa manera todos se fueron dispersando por el piso en completo desorden dando alaridos de pavor hasta alcanzar los bordes del recinto, que por ser curvos los rechazaban y hacían regresar hacia el centro del cuarto.

  

A tal extremo llegaron la confusión y el escándalo en tanto el temor de cada espejito se sumaba al de sus hermanos, que el Miedo acabó por cubrirlos a todos con una tenue pero sofocante niebla cuyo color gris perla lucía muy oscuro por contraste con el blanco purísimo del lugar, el cual, a pesar de todo, no disminuyó con la rotura del Espejo. Los restos de este, con sus locos movimientos, terminaron por desgarrar en dos partes desiguales el velo oscuro que los cubría y ambos trozos del Miedo original quedaron flotando como grises fantasmas sobre los temblorosos fragmentos, yendo de grito en grito y de susto en susto, disfrutando intensamente con el caos reinante. Y se llamaron a sí mismos Egoísmo y Separación, aunque con cualquier otro nombre habrían actuado exactamente igual.

 

Mientras tanto, desde afuera, la ominosa oscuridad mantenía sus innumerables átomos clavados como otros tantos ojitos negros en la Estrella, sin poder ver lo que ocurría dentro de esta ni notar otra cosa que unos débiles estremecimientos en su cegadora luz. Temiendo que emergiese una súbita lluvia de pensamientos u otra novedad mayor, aumentó la presión sobre la blanca esfera impidiendo que saliese ningún destello y perturbando todavía más a los asustados espejitos, ya bastante alterados y confundidos, pues debido a Separación ninguno se creía igual al de al lado pero sí más importante que él al ser tocado por la sombra de Egoísmo.

 

Afortunadamente, la creciente presión de la oscuridad tuvo un efecto imprevisto e indeseable para ella, pues hizo que, además del Miedo, todos los fragmentos compartiesen un sentimiento que surgió del desánimo general pero no pudo escapar de la Estrella; y esta nueva presencia fantasmal nació dotada con la capacidad de hacerles sentir vagamente, como en un remoto sueño, que alguna vez vivieron en completa armonía, juntos como uno, trabajando con el costado pegado al del vecino en la grata labor de reflejar completa y exactamente lo que veían.

 

Y aunque cada quien siguió creyendo que su visión de las cosas era la verdadera, al ver su añoranza reflejada en los demás se permitió pensar en la posibilidad de que otros también pudieran percibirlas correctamente bajo la luz de ese difuso pasado. Los primeros dos fantasmas notaron con preocupación la obra del tercero, tan distinta a la de ellos, y muy alarmados acordaron ir borrando a su paso todo recuerdo del único gran Espejo, el cual se fue desvaneciendo a la vista de tantas diferencias.

 

Pero movidos por ese nuevo fantasma, que adoptó el bonito nombre de Nostalgia, poco a poco, por aquí y por allá, con timidez o con decisión según la forma y carácter de cada cual, los espejitos buscaron protección en la afinidad y comenzaron a agruparse según su aspecto, triángulos con triángulos, cuadrados con cuadrados y óvalos con óvalos. Pero al dejarse llevar por las apariencias daban mayor importancia a los más grandes o a los mejor formados, que se apresuraban a ocupar el centro del corro, y siempre quedaban lugares vacíos entre ellos, sin importar cómo ni dónde se colocaran. Y muchos se sentían solos o fuera de lugar en el respectivo grupo, aunque aparentaban estar a gusto temiendo ser rechazados por sus semejantes.

 

Y de ese nuevo temor surgieron otros cuatro fantasmas, Hipocresía, Envidia, Mentira e Interés, que se divertían generando peleas entre los espejitos, haciéndolos cada vez más desconfiados y astutos, temerosos y codiciosos, tocando sus cabezas para inspirarles malas ideas o pasando entre ellos como sendas nubecitas grises que obedecían las instrucciones de sus hermanos mayores, Egoísmo y Separación, empeñados en mantener divididos a los fragmentos mientras intentaban agruparse.

 

Sin embargo, a pesar de los maliciosos fantasmas, o quizás debido a ellos, los grupos iban creciendo, y conforme ganaban en tamaño cada uno se consideraba el más fuerte o el mejor y atacaba a los demás para demostrarlo, naciendo de tales enfrentamientos otros dos nuevos fantasmas llamados Poder y Fanatismo. Y cuando estos dos se unieron a sus hermanos acentuaron la delgada aunque perceptible capa de sombra dentro de la luminosa casa, haciéndola más pesada y logrando que bajo ella ninguno de los pedacitos quisiera a los más deformes o demasiado pequeños, aunque estos eran mayoría, con lo que a esos sentimientos fantasmales se sumó otro, el de la despiadada e impulsiva Discriminación, que no por ser la última en surgir era la de tamaño más reducido.

 

Ya sumaban diez los fantasmas grises nacidos del Miedo que se movían libremente a ras del suelo forjando una tenue barrera que separaba a los fragmentos de la luminosidad que llenaba todo el resto de la morada, y de esos fantasmas solamente Nostalgia mostraba un poco de triste claridad, por lo que asustaba menos que los otros espectros. Y estos se burlaban de su color gris más paliducho, influidos por su cruel hermana menor. Pero al repudiarla la fortalecieron, ya que la añoranza aumenta cuanto más sola se siente, y ella se desquitó poniendo mayor empeño en agrupar a los pedacitos del Espejo al embargarlos con un creciente sentimiento de tristeza que les hacía sentirse solitarios en medio de la multitud de sus semejantes e insatisfechos con su existencia.

 

Y todo ello ocurría bajo la serena mirada de la Estrella, muy consciente de lo que pasaba en su interior, pues sabía desde siempre que la oscuridad rodeaba su casita y que eventualmente lograría colarse dentro de ella. Pero como era muy vieja y sabia, conocía asimismo que si la luz brilla es gracias a la oscuridad y que todo mal encierra, a pesar suyo, una pizca de bien.

 

Cuando los fantasmas se cansaban de volar y de hacer maldades entre los restos caídos del Espejo, se escurrían por debajo de ellos y descansaban bajo la forma irregular de su respectiva sombra, la cual agradaba a su gris naturaleza. Y ahora los pedacitos mostraban una cara luminosa por arriba y otra sombría por debajo, sintiéndose internamente divididos, aunque ninguno reconocía su lado oscuro y solo mostraba a los demás su parte más clara y brillante. Algunos se jactaban de estar mejor iluminados, bien porque eran más grandes, bien porque reflejaban la luz de manera distinta, o debido al hecho fortuito de que al caer quedaron apoyados sobre otro y brillaban más gracias al de abajo, que hallaba consuelo en el hecho de sostener a uno más importante. No obstante, desde lo alto la Estrella encontraba a todos iguales y para todos relucía con la misma bondadosa claridad.

 

Pero los fragmentos se veían a sí mismos y a los demás como no eran, influidos por los fantasmas del Miedo y confundidos por el reflejo deformado en sus pobres bordes rotos. Y creían lo que veían. Llenos de temor se atacaban y se defendían, se acercaban y se separaban, tratando de encontrar a otro con quien resultase más fácil encajar y rechazando o castigando a los que no se ajustaban a sus deseos. Sintiéndose incompleto, cada trocito usaba a sus vecinos intentando llenar su  propio vacío, aunque sin querer cambiar. En su desesperada búsqueda lo único que querían era seguir siendo como eran, pero sin sentir dolor. Y no recordaban otra existencia feliz, pues todo recuerdo del Espejo había desaparecido de sus planas cabecitas.

 

Entretanto, la Estrella recordaba perfectamente cómo era el Espejo antes de su caída, por el inmenso disfrute que sintió al hacerlo y las muchas veces que se vio reflejada en él, y no quería barrer sus restos fuera del cuarto ni sustituirlo por otro. Solo Nostalgia, entre todos los fantasmas, podía tener un levísimo efecto en ella. Su entendimiento claro y puro comprendía que los espejitos eran crueles y egoístas porque estaban asustados, que era el Miedo con sus largos dedos grises quien los movía y les hacía comportarse de esa manera.

 

Por otra parte, su lealtad hacia el Espejo mantenía a la Estrella unida a cada uno de los pedacitos con un hilo de luz refleja, delgado y fuerte como un cordoncito muy fino de plata reluciente. Siempre que los fragmentos del Espejo interactuaban y se desplazaban de aquí para allá, aproximándose o alejándose unos de otros, los hilos vivos que los unían con la Estrella se cruzaban por encima de ellos e iban tejiendo un dibujo delicado y luminoso, que al crecer en tamaño y complejidad aumentaba la claridad con la que cada quien podía verse a sí mismo y al vecino. Para alivio de los espejitos ese tejido de luz, al estar por encima de la capa gris urdida por los fantasmas, impedía que esta aumentase de grosor y de peso.

 

Y eso era todo lo que la Estrella podía hacer por ellos, ya que el Espejo había ocasionado voluntariamente su caída cuando creyó posible lo imposible y pretendió separarse de su fuente de luz, y voluntariamente debía retornar a ser lo que fue originalmente. Pues la Estrella lo amaba, aun estando roto, pero no podía obligarlo a reflejar toda su luz si el Espejo no quería. Porque el amor nunca obliga, el amor simplemente es.

 

Así la Estrella seguía aguardando sin prisas a que el caos diera lugar otra vez al orden, cuando cada pedacito ocupase su puesto en el gran rompecabezas donde todos tenían un lugar específico que llenar. Y cada uno lo hacía a su propio ritmo, porque el joven Tiempo corría impetuoso para los fragmentos del Espejo, mas no para la Estrella. Y los instantes se acumularon hasta que el Tiempo envejeció.

 

Luego de miles de intentos y combinaciones fallidas, tras muchos choques dolorosos y esfuerzos aparentemente inútiles, poco a poco, desde los fragmentos más pequeños y humildes, entre aquellos que tenían menos forma que perder, la unión prevaleció y fueron surgiendo trozos cada vez mayores del antiguo Espejo. Y a medida que los más chicos u osados se unían, los triángulos, redondeles y cuadriláteros se reflejaban mejor en los pedazos que se iban formando y se les acercaban arrastrando a sus admiradores, dejando de sentirse solos cuando encontraban en los nuevos grupos un hueco a su medida.

 

De esta manera, paulatinamente, los fragmentos comenzaron a integrarse con otros de aspecto distinto y el espacio vacío entre ellos comenzó a desaparecer impidiendo el paso a los fantasmas, que tampoco podían sobrevolar libremente a causa de los hilos vivos que seguían entrecruzándose, y los hijos del Miedo se veían empujados hacia los bordes del recinto mientras los pedacitos del Espejo se juntaban cada vez más rápido a medida que ampliaban sus puntos de vista y su tolerancia hacia el diferente, se buscaban y encontraban, se aceptaban y encajaban, y crecían, crecían, CRECÍAN. Ahora comprendían que al ayudar a otros se ayudaban a sí mismos, que no dejaban de ser quienes eran al hacerse mayores. Al ganar en tamaño y en sabiduría iban olvidando sus diferencias, y al cesar las divisiones entre ellos desaparecían asimismo todos los sentimientos oscuros, los fantasmas nacidos del Miedo se encogían junto con este y la habitación iba recuperando su ambiente original ante la sonrisa de la Estrella.

 

Mientras tanto, los hilos que unían a los fragmentos con la Estrella continuaban entrelazándose sobre ellos formando cuerdas cada vez más gruesas y firmes, y las cuerdas iban tejiendo un puente luminoso, y por el puente retornaba la memoria de lo que fueron. Ya muchos mostraban destellos de saber cómo eran las cosas antes de la caída, y con su luz ayudaban a los demás a recordar.

 

Y cuando al fin, con la ayuda de todos, el último pedacito solitario y olvidado fue encontrado escondido en un rincón, guiado entre vítores para que ocupase su lugar entre los otros y llenó con su diminuta e insustituible presencia el único lugar del rompecabezas que seguía vacío, todos los fragmentos miraron por segunda vez simultáneamente hacia arriba, pero esta vez sin temor. Y sobre ellos la palabra ETERNIDAD destelló por un instante y luego desapareció, llevándose consigo al Tiempo, al Miedo y a todos los fantasmas. Y el Espejo volvió a ser él, de una sola pieza, encontrándose apoyado con tanta firmeza en el piso como si este fuese su antigua pared, lo que era de esperar en una casa redonda, y tan radiante como la Estrella misma, que de nuevo se veía reflejada en todo su esplendor.

 

Lo sucedido fue para la Estrella cosa de un instante, pero el Espejo creyó que había dormido un largo sueño, del que despertó siendo más humilde y sabio. Y solo entonces, al intentar de nuevo proyectar su resplandor hacia la oscuridad que rodeaba la esfera para exteriorizar su inmensa alegría y agradecer el don de la Estrella, sus reflejos salieron del cuarto en una gran explosión de luz que llenó el Gran Vacío con millones de puntos luminosos agrupados de infinitas maneras.

 

Y las estrellas recién nacidas se acercaban y alejaban dibujando una danza llena de armonía que recordaba el movimiento de los fragmentos cuando intentaban unirse y era pura poesía. De esta manera se creó el Uni-Verso. Así fue como de un Espejo roto y del amor de la Primera Estrella nacieron todas las luces del cielo, y ese es el motivo por el cual cambian constantemente de forma y de sitio. Al menos eso dice el dulce Canto de las Esferas que aprenden las estrellitas mientras se forman y educan para llenar el espacio con sus destellos multicolores.

 

Y una estrella pequeñita de color azul, la tercera a partir de otra amarilla más grande, al oír esta historia se vio reflejada en ella y gimió suavemente, porque sabía muy bien lo que era sentirse sola y tener miedo. El Espejo oyó suspirar a la estrellita y le sonrió con afecto, recogiendo su tímida luz sobre él y devolviéndosela cargada de sabiduría, una y otra y otra vez. Y en cada ocasión nació dentro de la estrellita un Mensajero de esperanza, siempre nuevo, siempre el mismo, llevando consigo palabras de paz y de amor que la ayudaron a crecer y brillar hasta llegar a ser una copia fiel de la Primera Estrella, como tantas otras antes que ella, mientras el Espejo relucía eternamente reflejando las luces del Firmamento.

 

Y así fue como este se estrelló, y estrellado quedó.