Seguidores

martes, 20 de diciembre de 2011

CARTA DE AMOR


Estas líneas van destinadas al lugar donde el amor comienza. Las palabras que vuelven al propio pecho pueden sonar extrañas a un corazón cerrado. ¡Qué poco saben los que no han amado! Pero del lenguaje del llanto todos sabemos un poco…
Palpita al son de tus recuerdos, corazón, y vierte lo que sabes, para ganarte a todo aquel que sepa mirarse en tu dolor, sentir lo que has sentido y entender lo que has vivido. Porque este es un resumen de mi historia, que, como la de toda vida, es una historia de amor.

Conocí a un ser humano perteneciente al mundo de los dioses. Su plenitud poseía la belleza justa, la ceguera indiferente y las exigencias precisas para ocupar el lugar de un dios. Hice de él un ídolo a falta de alguien mejor que, cual piedra angular, sostuviera mi universo de creencias y carencias, de fantasías y deseos. Ignoré sus realidades mientras borraba nuestras diferencias con la esponja del idealismo y el agua renovada del perdón. Durante una eternidad - otra más - busqué en vano su corazón, para clavarle la estaca de mi amor implorante y evitar que el divino vampiro tornara a levantarse, una y otra vez, para chuparme el porvenir.

Su indiferencia fue tuerta, al ver sólo el lado de su conveniencia. Mi amor fue ciego, al no reconocerse a sí mismo en el objeto de su afán. Carentes de visión total, ambos tropezamos y caímos finalmente en la fosa de la nada. Hace seis meses, hace seis vidas, se fue con otro más provisto de recursos para detener el tiempo y evadir el dolor. Y con su cuerpo, virgen de sentimientos, se llevó también mi juventud.

Para un amor ido sólo existe un antídoto: todo el resto del mundo, que no lo incluye… y que no vale tanto como él. Desde su partida, el mundo cae del lado de la noche, y con cada día comienza otro infierno. Es más fácil huir de la soledad entre las sombras nocturnas, fingiendo alegría o aullando de autocompasión con los otros hijos de la luna. Conozco sus cubiles llenos de humo, de música y de escapes, donde la cópula sin sentimientos de los cuerpos solitarios envilece, pero también distrae, alejando por un momento el fantasma de la soledad en medio de la búsqueda frenética del amor.

Y entretanto tú latías, corazón mío, latías pulsando un ritmo muerto que retumbaba en el vacío de mi pecho y de mi mundo.  Hoy  continúas latiendo, pero tu latido es más puro y pleno, porque ya no te lastiman las defensas propias y ajenas, y tu fortaleza deriva de tu propia indefensión, asumida como auténtica entre tantas máscaras, poses y ruidos falsos salidos de las manos y los labios de quienes sufren, por negarse a reconocer su diario camino como autopista de su dolor.

El amor que nace de la necesidad, y se alimenta de ella, es un castigo. Y crea soledad en un mundo más y más poblado por solitarios que buscan ser dos, y luego uno, fracasando en el intento, mientras la vida de esa multitud egoísta fluye en un chorro de días perdidos, como granos de arena dispersados por el viento de la ilusión. Y yo he vivido así, revolcándome en el dolor y la autocompasión, negado a cambiar mi visión de mí mismo. En este largo camino tortuoso, sólo otro yo se acercó a mí, pero por breve tiempo, y con su libertad limitada por las ataduras de un vínculo previo, cuya comodidad no se atrevió a cambiar por el riesgo de crecer a mi lado. Duplicó  brevemente la población de mi mundo personal, y luego siguió su ruta segura, dejándome aún más solo, sin llevarse la conciencia de lo que había perdido al desatar nuestros caminos.

Y fue entonces, ese día de la nueva y última separación, cuando mi persistencia destruyó mi resistencia, devoradas las heces más amargas de la soledad y del miedo a dejar de ser yo. Y sólo entonces, con las manos cansadas de apretar el vacío, dejé de rebelarme a lo que es, dejé de hurgar donde no hay respuestas, y con los restos de mi inocencia confiada busqué refugio en mi propio corazón y le dije con el alivio que da la rendición: “Estoy cansado. Agotado. Anduve toda esta larga noche para escapar de ti. En tu lugar amé sustitutos, levanté ídolos y los adoré, ofrendándoles mi dignidad y libertad, postrándome ante su vacío, idéntico al mío y por él colmado. Encarando tu luz extraña, corazón, dejo de recordar que siempre he tratado de olvidarte. Ya no tengo ganas ni fuerzas de amar afuera, no tengo hambre, prefiero digerir lo que ha sido mi vida hasta esta noche, mientras las ratas humanas roen incesantemente en los bares los restos de otro día muerto”.

Así hablé a mi corazón, empujando sus puertas con decisión, libre de toda esperanza y deseo. Guiado por mi primera memoria, entré en esa caverna horadada en lo más profundo de mi ser, dispuesto a perderme en ella. Siguiendo sus vericuetos  llegué a un lugar sagrado y quieto, habitado por un lecho que invitaba al reposo. Y sobre el lecho, entre almohadas formadas por el polvo de la memoria y sábanas sutiles tejidas por la experiencia de mil existencias, pude ver al Amor,  por muchos llamado Dios, velando mi sueño en vida y aguardando pacientemente mi llegada, que para Sí también era regreso.

Y Lo vi levantarse del lecho divino donde una vez fuimos uno, y que yo abandoné arrastrado por el ansia de dormir arropado por otras sensaciones, bajo telas creadas por mi mente, tejidas por mis manos, caldeadas por un cuerpo humano semejante al mío. Recordé el momento anterior a aquel en que mi alma se revistió de carne, mientras El se acercaba llenando de amor incondicional mi vacío, sonriéndome con mi sonrisa, mirándome con mis ojos, rodeándome con mis brazos, acompasando su corazón con el mío, revelándose como aquel a quien yo siempre había buscado fuera de mí.

Y comprendí que El no había abreviado la noche oscura de mi alma porque mi alejamiento fue voluntario, mi propio abandono del lecho común la causa de todo ese sufrimiento inútil. Porque el Amor nunca obliga, el Amor, simplemente, Es. Comprendí que durante mi búsqueda nunca amé verdaderamente a nadie, porque al renunciar a El ya no podía amarme a mí mismo, y ¿quién puede dar lo que no tiene? Y desde mi amor nuevo y recobrado me sorprendí amando a toda persona, a toda agua, a toda ave, a toda montaña, a toda brizna de hierba y a toda estrella, desde la comprensión infinita, desde la reunión de toda manifestación de vida y de todo escenario de vida dentro de mi vida. 

Y comprendí también que el Amor sólo puede conocerse a sí mismo desde la experiencia del no amor, y que por eso la felicidad descansa sobre cimientos de dolor, de experiencias erradas y  de cambio. Cierto que he sufrido. Pero ahora puedo construir a ambos lados de mí mismo, dentro y fuera de mí, integrándome al otro ser sin esperar nada suyo que en mí no exista ya, en un canto de amor único, eterno, irrepetible, que es mi propio canto, como flauta en la que el Amor silba tonadas inéditas a través de los agujeros de mi vida. Ahora entiendo que el sueño fue como tenía que ser, dentro de la realidad inmutable, puedo valorar mi papel de co-creador en un escenario de posibilidades infinitas. Y ahora honro cada intento fallido, cada raro acierto incompleto, cada esperanza truncada y seguida por otra día tras día, año tras año, gestando eternidad a través de lo finito. Porque he concluido la creación de mí mismo y finalmente sé que todo está bien.

                                                                                                         Gustavo Löbig

6 comentarios:

  1. Me sorprendiò y emocionò gratamente, todo el artìculo es un verdadero poema!!

    Bellìsimo, de verdad, de escribir yo algo asì con tanta belleza lo enmarco y lo cuelgo en el rincòn de mi casa donde mas se vea.

    Mis sinceras felicitaciones!!!

    ResponderEliminar
  2. Hola amigo feliz 2012, éxitos y que todo te salga excelente, te invito a ver un texto mío titulado "Histeria del 2012", está publicado en el Blog de Boris Estebitan.

    ResponderEliminar
  3. El amor, amor..., un gran tema. Me gustó pasar por aquí. Saludos.

    ResponderEliminar
  4. Si es cierto... es un poema de amor y por cierto muy bien escrito. Me gustó mucho y sobre todo el final "he concluído la creación de mi mismo y finalmente sé que todo está bien"... es un abuena conclusión a tu poema de amor... pero obviamente nunca concluímos nuestra propia creación y es difícil decir en algún momento que ya sabemos que todo esta bien... Pero es el corazón el que habla en tu poema.. no la razón.

    ResponderEliminar
  5. Así es, Carlos, el poema no describe mi realidad actual, sino mi utopía...libre del yugo de la razón. En cuanto a mi corazón, también es libre salvo por la utopía de desear la conclusión perfecta sin dejar de estar vivo.

    ResponderEliminar
  6. De verdad yo creo que nunca habia leido algo sobre el amor tan bello como esto de aqui.Como si lo hubiera escrito yo, si supiera escribir asi. Debes tener un alma grande y un corazon aun mas grande para decir todo eso del amor. Me gusto.

    ResponderEliminar