No, aquí no se trata de
Kundera, sino de la liviandad que se siente al escribir, experiencia que puede pasar
de la nada al arte, o al crecimiento personal, en tanto no cause daño. Según
Mallarmé, “el mundo existe para llegar a un libro”. Aunque Pitágoras jamás
escribió para la posteridad, y Jesús solo una sola vez, pero nadie leyó los trazos que hizo sobre el
polvo. Hay quien piensa que un libro es
un ser sagrado, aunque carezca de poder para cambiar, escoger a su lector o
responder a las preguntas que se le hagan. Para el creyente, su dios escribió
dos libros, el texto santo donde muestra su voluntad, y el mundo de criaturas
que muestra su potestad. Según Bloy, los humanos somos palabras, letras o iotas
del libro mágico que es la tierra. Todo escritor trata de emular esa pujanza creadora,
esa voluntad expresada. Antes de superar lo inmediato, escribiéndose, el
escritor comúnmente interpreta la realidad abordándola desde la belleza o el
romanticismo, para luego atreverse con el horror de la vida. En algún momento derrama
en chorros de letras su existencia, bien porque esta no destaca ante las restantes vidas, ocupadas en hurgar la
propia, bien porque logró emerger de entre ellas y vuelve como minero sobre
el filón descubierto, hasta agotarlo. El que se busca escribiendo crece, porque
ahonda en su luz y oscuridad, mientras explora talentos y se aproxima a la
aceptación total de sí mismo. Algunos escritores
se permiten ir más allá, en pos de su ser ideal o de Dios, que para el caso da igual,
y encuentran que el egoísmo es ceguera, y el egocentrismo cadena que impide
avanzar hacia el otro y hacia la trascendencia. A pesar de la rémora del ego, la
persona escribe y escribe, hasta que despierta a lo interno y logra entenderse
mejor, o se ve reconocida, y entonces cree haber justificado su vida. Ese
anhelo de trascendencia es lo que empuja a todo ser pensante a tratar de
descifrarse, si no lo agobia el trabajo diario por sobrevivir. Y si no escribe,
pinta, compone, esculpe, diseña, idea, inventa, conoce, reflexiona, erige,
ensambla, respira, predica, desperdicia, crea, cambia, experimenta, aprende,
repite, sufre, goza, se multiplica, en fin, vive. Y después muere, confiando
que el fruto de su talento lo sobreviva, lo que no depende exclusivamente del
mérito de sus obras sino de los demás, haya o no escrito para ellos.
Pero, ¿existe alguien que
escriba solo para sí? ¿No sería una autonomía infructuosa, además de
desconocida? Por otra parte, ¿hay algún escritor que pueda prescindir de leer a otros? Todo
artista de las letras lee, y lee mucho, antes y después de escribir las suyas, pues
leer es la mejor forma de escribir la vida. Pocos profundizan el motivo por el
cual se esfuerzan tanto en dar a luz palabras, entre tantas ya expresadas,
muchas de las cuales jamás podrá superar, porque fueron las primeras o por resultar
inmejorables. Muchos al escribirse no se observan objetivamente, se inventan,
lo que es otra manera de crearse, sin que les importe terminar en una obra
falsa, pues la mayoría de las creaciones humanas lo son, cuando no se quedan en
simples símbolos de algo. Si alguien reconoce su talento, eso suyo que mueve al
otro, puede que el elogio se convierta en tentación, pues lo coloca peligrosamente cerca de esa forma elevada de
soberbia que es el orgullo de la inteligencia, que conduce al mismo afán que
siente un dictador, o cualquier otro mediocre con poder, cuando trata de adueñarse
del mundo y de figurar en él para que lo tomen en cuenta, de elevarse por
encima de las demás cabezas para compensar la falta de amor por sí mismo, y
alcanzar el privilegio de ajustar impunemente la realidad a su criterio o voluntad,
a costa de quienes valen más que él, aunque destaquen menos. Sin duda, el peor crimen
es imponer las propias ideas y necesidades al prójimo por medio del engaño, la
alienación masiva o la fuerza. La única excusa es que siempre se trata de un
crimen nacido del miedo, que es ausencia de amor. Si el escritor cae en el lazo
de creerse especial o superior, y se separa de sus semejantes, canjea inteligencia por intelecto, humildad
por vanidad, sapiencia por estupidez, honores por soledad y paz por sufrimiento.
No obstante, que eso ocurra o no es irrelevante, una simple muestra de la
incuestionable levedad del ser humano, porque el individuo o la especie entera nada
suponen, como presencia o extinción, dentro del universo al que creen dar un
centro. El ser humano solo es importante para sí mismo, y a veces ni siquiera, o no se autodestruiría
tan a menudo, incluso cuando intenta crear benéficamente. Por fortuna, hay quienes escriben bien, o muy bien, en la vida.
En ciertos casos, el
escritor que va tras la belleza, el arte, la perfección, el sentido de la vida o
cualquier otra idealización, enturbia a menudo su dinámica con el vaho de las
pasiones sombrías, de las codicias absurdas, de las cualidades estériles, de
los grandes logros irrelevantes, de las sensaciones y placeres inanes, del
esfuerzo por dejar su huella sobre una tierra demasiado marcada por otras
pisadas, que se entrecruzan con un propósito que al presente nadie conoce. Con
todo esto no pretendo ser moralista o escéptico, ni tampoco alertar a nadie. Después
de trabajar por más de treinta años en labores humanitarias sin fines de lucro, cada vez
me acerco más al convencimiento de que no nos incumbe reanimar la conciencia
del otro, a menos que lo precisemos para activar la propia y perder el sueño. Pues cuanta más lucidez, mayor es el insomnio de la conciencia. Esta no es desinteresada, pues quien escribe
queriendo despertar a otros lo hace para que entren en su sueño, para validarse, para sentirse bueno. Es su derecho, porque se trata de su
tiempo de vida, y hay peores maneras de gastarla. Aunque el que juega a
salvador tenga siempre algo de depredador, pues como este también necesita de una
víctima.
Cuando el artista de las
letras comienza a serlo, y después, se ve asaltado por la pedantería
intelectual, la incomprensión de lo prosaico, el anhelo de reconocimiento, las
relaciones interesadas, los costos sociales y privados, la mediocridad que
plagia y envidia, y otras mil cabezas que se levantan y oscilan amenazantes
para que el autor pueda descubrir que él es el tronco de esa hidra a la que debe
decapitar, nacida de sus recursos, herencias, experiencias y creencias, y logre evolucionar hasta convertirse en la mejor de sus posibilidades. Mientras
corta una a una las venenosas cabezas, inevitablemente se verá importunado por
el ubicuo individuo carente de talento que se acerca con el interés o la
envidia por objeto, y puede suceder también que dé un afortunado paso en falso
que lo derribe a los pies de su hidra particular, pudiendo ver desde abajo que
está castrada de todo lo que no es trascendente. Las miserias y el fracaso, si
algún sentido tienen, es el de despertar la conciencia a favor de la renuncia y
el desapego.
La identidad humana pervive
mientras la persona se crea tal, así como la piedra seguirá siendo piedra
mientras a sus átomos los una la conciencia de que son piedra y no otra cosa.
Del reconocimiento sincero de la pequeñez y levedad que limitan nuestra
condición humana, sea que escribamos o no, surge el ser que no se deja estafar
la vida por el orgullo y la necesidad, hijos del miedo. Pero este tiene algo bueno,
puede disuadir de buscar el éxito. Cuando alguien logra salir de la masa humana
que obstaculizó su camino y destaca por su éxito, el mundo lo premia con el peso que descarga sobre todo
triunfador, pues esa masa desconfía menos de la bajeza que de la grandeza, a la
que odia por saberse excluida de ella, replicándose en unidades indiferenciadas, que solo se distinguen por una labor o característica
que sostiene al conjunto. A pesar de todo, no se escribe en vano, salvo que se haga por el mal o por la gloria
de contar con admiradores o críticos. En cuanto a estos, quien lee a otro y lo
detracta o alaba, sin ser capaz de escribir para escribirse, no pasa de ser la
sombra muda de una vida, algo que indudablemente alienta, pero apenas.
Tal vez, no lo sé, pues no
me cuento entre ellos, los verdaderos escritores, sobre todo si no son
conocidos, desdeñan medir con letras el valor de otros hombres, y se dedican a
vivir sin teorizar en exceso, pues la racionalidad pura acalla facetas no
menos reales e importantes en la persona. Tal vez el silencio sea el único acorde verdadero,
y las palabras dichas o escritas, incluyendo estas que lees, no pasen de ser simples notas falsas o un
vulgar preludio de dicho acorde. Puede que la nada sea sencillamente una ilusión,
como la vida, y nosotros, portadores de ambas, un iluso resto de polvo de
estrellas dentro de un universo excesivo, tan dilatado que los logros de los
más preclaros hijos de la humanidad no son importantes más que para ella, y su
desaparición pase totalmente desapercibida dentro de las grandes manos vacías
que sostienen al infinito. Si se prescinde del
reconocimiento ajeno como meta, entonces vale la pena escribir, por intentar triunfar sobre
las propias limitaciones. La modestia de quien renuncia a ser valorado lo
conduce generalmente a conocerse y amarse mejor, a bordear el abismo de la fama
sin caer dentro de él, a la humildad de aceptar que siempre han de faltarle
tiempo y fuerzas para llevar a cabo su mejor obra. Cuando renuncia a ser
inmortal, según lo que nuestra especie concibe como inmortalidad, y acepta que
la nada no puede subir al cielo, entiende que lo que busca ya lo lleva adentro,
porque allí lo sembró con esa aceptación, esa rendición, esa decisión que opta
voluntariamente por ser y no por hacer para parecer más grande.
Yo creo que la experiencia
humana bien vivida se justifica porque nos lleva a comprender lo que no somos, y a descubrirnos por
contraste. Es entonces cuando comienzan
a desaparecer los miedos, que en el fondo se reducen a uno solo, el rechazo a la aniquilación total y definitiva. La humanidad, proclive al
autoengaño, se ve a sí misma como un bello animal racional, capaz de elegir su cuerpo, su
destino y su tumba. Para probarlo se llena de modas efímeras, de crueldades
innecesarias, de separaciones y escapismos insuficientes, de metas cambiantes, de consuelos
póstumos inútiles, que la sociedad impone con el fin de lograr que todos sus
miembros se pasen la vida tratando de ganársela. Y los individuos así alienados
se apoyan y se atacan sin cesar, empeñados en desafiar con acciones absurdas y
banales a la figura desnuda hasta los huesos que ineluctablemente se los
llevará uno a uno para depositar lo que quede de ellos, si algo queda, en el
lugar donde todo se reúne.
Al que filosofa o escribe,
para sí y para otros, se le dificulta dejar de hacerlo, pues con ello pretende desafiar
a la guadaña. Busca definirla para dejar de temerla, asignándole un nombre, un
texto, un hecho o una causa, queriendo alejar su propia intolerable
insignificancia al soplar hacia la muerte ese poco de viento que le sirve para
hinchar las palabras, sin poder impedir que ella a su tiempo le suprima la
lengua, le detenga la mano, le ciegue la mente, le pare el latido y el flujo de
la creatividad, le sorba el aliento postrero, amarilleando sus obras como hojas
secas hasta que se conviertan en polvo y olvido. Por consolarse, la conciencia
que despierta afirma que la muerte no es más que una amnesia, un volver al
lugar donde estuvimos antes de nacer, una nada que no admite desafíos desde la
inteligencia, sino, y si acaso, desde el amor. Y se pone a buscar a este sin
saber exactamente en qué consiste. La moral de todas las épocas ha propuesto
sucesivamente sobrevivir, conquistar, vivir, vivir bien, tener de más, ser,
trascender, matar a Dios, reemplazarlo. Y el minúsculo ser humano cree hacer
algo inmenso al obedecer la voz de su tiempo, sin darse cuenta que la vida
lleva consigo a la muerte como él lleva adentro su esqueleto. De esa forma repite,
siglo tras siglo, con pocas variantes, el círculo vicioso de búsqueda que va
desde el vagido al estertor con el que termina la agonía de sus horas asesinas,
pues cada una viene de matar a la anterior.
En la vida todo
es muerte. Y viceversa. Pues el cambio es incesante y alcanza a cuanto vive. Por ello, entre otras razones, y en este mundo donde
todo termina sin que nada se acabe, el camino que veo abierto ante mí es el que
acepta todo, vida y muerte, incluso el presente, sin idealizar la realidad. Jamás
tendremos más de la vida que el instante actual, aunque ella nos posea mientras
vivamos. Pareciera que la verdadera grandeza, que solo aplica a los propios
ojos, comporta una especie de generoso abandono, un cambiar las adicciones por
simples preferencias, una indiferencia hacia el temor a perder o a ser
derrotado, una aceptación total del cambio inevitable, un desinterés sincero por
el oro y el oropel, si es que se pretende tomar el pulso a lo trascendente, a
lo inmaterial, al mejor de los posibles dentro de esa realidad finita que nos
toca dentro de lo infinito.
La obra perfecta, según
Wilde, es la que menos concierne a su autor. La incertidumbre, según afirma alguien a quien aprecio, es también una conducta, una actitud determinada ante el
cosmos. Él afirma que su liviandad es abismal y, por lo mismo, trágica. Una danza
que baila a la orilla del vacío, un juego sobre carbones ardientes, algo que
relativiza lo concreto y lo inmediato. Quizás la valentía de elegir vivir sin
asirse a nada sea parte y voluntad de La Gran Nada con la que Meister Eckhart
definió a Dios, y solo desde ese desasimiento que tanto asusta al ego, porque le
cuesta su existencia, podamos acercarnos
a lo que creemos trascendente e inmortal, sin que aspirar a ello
redima nuestra leve naturaleza humana. Esta, aunque signifique poco o nada
dentro de un infinito en expansión, que tiende a otro mayor, cuenta para quienes la
portamos, gozamos y sufrimos. Si esta vida es un sueño, como ya lo han
dicho, entonces se trata de que no sea pesadilla vivirla y morirla de la mejor manera que cada
quién sepa, pueda y elija hacerlo. Al fin y al cabo, se trata de nuestra
respectiva y única existencia, aunque en su mayor parte la experimentemos con y
para otros. Y con esto concluyo esta levedad escrita. Hasta el próximo
encuentro.
Lo primero de todo, es mostrar mi alegría por volver a verte en el escrito…
ResponderEliminarTan sustancioso es tu escrito (como todos los tuyos), que te iré dejando comentarios a lo largo del tiempo, pues no tengo tu capacidad escribidora…
Me encanta y te tomo prestada la frase: “Ese anhelo de trascendencia es lo que empuja a todo ser pensante a tratar de descifrarse”
Tengo dicho que escribo para mí…pero creo que no es totalmente cierto, quiero decir que escribo libre como si fuera para mí, (al principio así fue, era solo para mis ojos) pero creo que trato de trascender entre otros motivos, el ajuste de cuentas a los odiosos personales también es otra motivación, pues al hacerles hostil el ambiente, trato de castrar sus iniciativas dolosas.
(...)“Y después muere, confiando que el fruto de su talento lo sobreviva,”
Soberbia afirmación por lo verdadera…
Gran peligro corremos cuando alguien ensalza nuestros escritos, pues al creer las alabanzas podemos caer en el engaño de la soberbia…
Como muy bien describes más adelante…
La patada en el culo que te/nos propinas por medio de:
(…) de la incuestionable levedad del ser humano, porque el individuo o la especie entera nada suponen, como presencia o extinción, dentro del universo al que creen dar un centro.
En de una sustancia enorme, esto lo deberíamos tener siempre presente.
Efectivamente, necesitamos estar constantemente validándonos…
Es como si tuviéramos que estar comprobando que seguimos las reglas, que no volvemos a pecar originalmente, que seguimos mereciendo el paraíso…
Seguiré en próximos
Un abrazo
Mi querido amigo, la alegría es mía por comprobar que alguien con tu valía personal y profesional está siempre pendiente de este blog y lo enriquece con sus aportes apenas publico un nuevo artículo. Confieso que al redactar este, me preocupó la posibilidad de herir a algún amigo escritor, pero luego, conociendo la calidad de cada uno, supe que no se lo tomarían a mal. Y tu grato comentario me lo confirma. Gracias por expresar tu satisfacción y por puntualizar frases claves del texto con sugerencias tan positivas. Daba por descontado que tu conciencia despierta y sensible sabría identificarlas, pen beneficio de otros lectores. Un abrazo muy fuerte.
Eliminarhttp://archivosdelpentagrama.blogspot.com.es/2013/08/malos-tiempos.html
ResponderEliminarHola Deb. Leí tu último spot en el blog, siguiendo el link que dejaste aquí ¿como comentario? a mi artículo. En relación al tuyo, quiero decirte lo siguiente: Todo pasa, todo cambia, incluso lo malo, por esa ley que rige la vida y nos hace fluir a través del cambio incesante, y todos lo ejemplificamos. Así que no te resistas a lo que es, para que no persista el dolor inútil que viene de oponerse o negar la realidad. Acepta la situación y, desde la paz que esa aceptación te genere, verás cómo todo cambia, y cuentas desde entonces con una nueva experiencia para tu alma. Saludos.
EliminarPareciera que conocieras algún artista de las letras afectado por la soberbia…
ResponderEliminarCruel y verdadera descripción de uno afectado de ese modo, yo conozco a uno que se tuvo que apuñalar el corazón (en sentido metafórico).
Pero el párrafo:
(…)“Del reconocimiento sincero de la pequeñez y levedad que limitan nuestra condición humana, sea que escribamos o no, surge el ser que no se deja estafar la vida por el orgullo y la necesidad, hijos del miedo”
Encierra una verdad descomunalmente sabia…
Lo que no entiendo es el sentido del párrafo: (…) “el mundo lo premia con el peso que descarga sobre todo triunfador” (…)
¿Quieres decir que actúan como la rémora que aprovecha los trozos que no come el tiburón?
Efectivamente la levedad del ser humano, tan soberbio él es la nada absoluta (salvo en lo espiritual que crea tener).
Dentro del compendio de maravillosas verdades que atesora el artículo, quiero destacar otra: “La modestia de quien renuncia a ser valorado lo conduce generalmente a conocerse y amarse mejor, a bordear el abismo de la fama sin caer dentro de él, a la humildad de aceptar que siempre han de faltarle tiempo y fuerzas para llevar a cabo su mejor obra”.
Seguiría reproduciendo párrafos…
Pero es que tendría que hacer una corta-pega, y eso es reiterativo…
He copiado en hoja de texto para no perderlo la totalidad del artículo que es muy bueno, trascendente y vivificador.
Un abrazo y gracias por este escrito.
Ávalon
Mil gracias Alberto por disfrutar de mi aporte y enriquecerlo tanto con los tuyos. Te aclaro el punto: El mérito de triunfar, si es que lo hay en un mundo tan lleno de relativismos, es que la misma sociedad que le hizo difícil surgir luego premia al triunfador por vencer esos obstáculos y destacar entre tantos. Pero, ¿cómo lo premia? Con envidias, críticas y asedios por parte de la gran masa de los no triunfadores. Es más que sabido el caso de los ídolos humanos que, cuando caen de su pedestal o pasan de moda, terminan pisoteados morbosamente por su legión de admiradores, o lo que es peor, convertidos en objeto de culto por quienes necesitan adorar a otro ya que son incapaces de amarse a sí mismos. Como muchos han dicho, todo es vanidad y nada más que vanidad. Lo triste es sacrificarle a esta una vida, y lo que es peor, la única vida. Un abrazote, querido amigo.
EliminarGracias, Maga con olor a violetas. Si publiqué este artículo, aparte de satisfacer mi deseo de hacerlo, fue, como bien captaste, para invitar a la reflexión y deponer algo del egocentrismo típico de la naturaleza humana, a favor de otro tipo de autenticidades más acorde con el bien individual y común. Mis amigos escritores, pocos, selectos, queridos, gozan cada uno de una excelente autoestima y por ende de elevada inteligencia emocional, así que jamás podrían ofenderse con lo que escribí. Conocen, cada uno, el alto valor que tiene como traductor de la vida, que escribe a su modo y a su tiempo. Me gustó mucho la forma concisa, sencilla y hermosa con la que compartiste con nosotros el comentario de tus inicios como escritora. Bien por ti. Nos seguimos leyendo, ¿vale? Un beso desde América hasta Europa.
ResponderEliminarHola Gustavo. Cada vez que se me ocurre entrar a tu blog me encuentro con un regalazo pero este es un poco distinto a los otros, como mejor envuelto, tuve que leerlo varias veces para poder destaparlo y encontrarme con su contenido y aun no se si pude captarlo todo. Pero si es que hay para mucha reflexión línea a línea, de verdad eres profundo y evolucionado. Antes que ponerme a comentar lo que lei prefiero quedarme con algunas frases y meditarlas bien, pero desde ya gracias por hacerme pensar y ver distinto, la humanidad en la que ambos figuramos se merece un sopapo como este de vez en cuando para bajarle los humos y centrarla en su realidad. Imaginate alcahuetear por lástima o egoísmo la pereza mental de un niño, jamás aprendería a ser un buen adulto. Gracias.
ResponderEliminarHola Carolina. Gracias por apreciar el regalo desde el envoltorio. Para mí ambos son parte importante de todo obsequio. En cuanto a meditar, reflexionar, hurgar en lo que mueve a nuestra sufrida y a la vez heroica humanidad, lo creo un deber de todo individuo pensante cuyo sentido de la vida, o la búsqueda de ese sentido, trascienda el de cualquier hortaliza. Un abrazote.
EliminarY si no escribe... también enseña.
ResponderEliminarEscribimos porque nos aleja de la realidad que no soportamos por ser ilusoria, nos acerca a la Verdad que está dentro y que Somos.
Cuando escribimos para otros no sale tan bien como cuando lo hacemos para uno mismo, para los adentros, así mirando hacia dentro de donde nace la poesía, sea hepática o liviana.
Las palabras son la mejor forma para expresar lo inexpresable del Universo en un mundo lleno con sintientes... y que queden escritas para que se relean y calen en otros para el buen cambio interior (o para licuar más el hígado).
Por ello, al escribir es mejor hacerlo, publicarlo y dejarlo al olvido porque el presente sigue avanzando, renovándose, destruyendo y creando... con o sin nosotros.
El que quiera trascender, que entienda lo escrito por ti; y que, además, entienda que la vida es sólo un juego más de los infinitos que hemos jugado y que seguiremos jugando.
Ha aumentado -aún más- mi sincera estima por tu existencia luminosa.
Un fuerte abrazo!
Mi querido amigo, gracias sinceras por tu hermoso comentario. También honro la luz en ti y en tus trazos, que por justos y precisos sirven de orientación en esta vida que jugamos, entre fractales de tantas otras posibilidades para vivir y jugar. Es gratísimo coincidir contigo en el infinito. Un gran abrazo.
EliminarMe doy por bien nutrido con varias de tus acertadas reflexiones mi estimado, pero como postre me llevo esta: "Si esta vida es un sueño, como ya lo han dicho, entonces se trata de que no sea pesadilla vivirla y morirla de la mejor manera que cada quién sepa, pueda y elija hacerlo."
ResponderEliminarFelicitaciones y un enorme saludo desde tierras venezolanas amigo Gustavo. Éxitos!!!
Gracias Nelson por fijarte especialmente en esa reflexión. Un abrazo y me alegra compartir país y mundo contigo.
EliminarMuy buen artículo anti-ego, pero ¿qué haríamos sin éste los escritores? Como sea, me hizo reflexionar y desempolvó algunas ideas e ideales olvidados desde la mocedad. Gracias pues al autor.
ResponderEliminarBien por ti, amable desconocido, ya que captaste que se trata de un texto contrario al ego. Sin este, un escritor sería indescriptiblemente más lúcido, prolífico, original y libre, y sus letras tratarían sobre temas distintos a los de la mayoría. Me alegra haberte facilitado recuerdos gratos y útiles. Gracias por comentar.
EliminarComo dijiste en un tweet hace poco, "La tragedia no es que la vida sea corta, sino que a menudo tenemos una tardía percepción de lo que realmente importa". No importa que la vida que escribe sobre ella o sobre las otras sea insignificante o breve, con tal que sea auténtica y veraz. Saludos. G
ResponderEliminarGracias G., por brincar de Twitter hasta este tu blog y citarme. Lo aprecio. Recibe los saludos de otra G.
EliminarProfe, lo quiero felicitar por su charla magistral del otro día en la Enahp y por hacernos pensar a mi por lo menos. Del tema este no opino porque no escribo ni leo mucho pero si me doy el permiso de hablar bien del mejor profe que he tenido que es usted. Luis
ResponderEliminarGracias Luis. Para mí fue gratificante comprobar el aprecio de mis ex alumnos, luego de tres años sin verlos, y saber por su boca que el haber leído mi nombre como conferencista de ese evento fue la principal razón de que asistiesen al mismo. Contigo he tenido la oportunidad de compartir y de crecer con uno de los mejores en esa escuela universitaria. Un gran abrazo para todos ustedes, con mi cariño sostenido e invariable en el tiempo.
EliminarSeguramente, es éste el post tuyo que me más me ha gustado e interesado y, precisamente por eso, también el más difícil de comentar, me cuesta tomar una distancia que me brinde una perspectiva más amplia, situarme en los márgenes, si es que eso es posible. Supongo que se escribe por y para muchas cosas, como tú muy bien has explicado, para mí, como ya alguna vez hemos hablado, es nada más y nada menos que una tabla de salvación. No sabría decir mucho más. Me identifico y reconozco en algunas de las cosas que has escrito y en otras muchas quisiera algún día poder reconocerme. De lo que sí estoy convencido es de que escribiendo (al igual que componiendo, pintando y realizando cualquiera de las acciones que has incluido en tu larga y completa enumeración) se consigue paradójicamente dar sentido al sinsentido de la vida, armonizar el caos, dotar a la nada y traspasar los límites de la individualidad.
ResponderEliminarHabría mucho más que decir, pero ya lo has hecho tú... Gracias. Un abrazo
Gracias Carlos. Por venir de ti, tu comentario es un estímulo inapreciable. En cada una de las líneas que escribes, algunas de las cuales los interesados pueden disfrutar en el blog MUSEODELOSHORRORES, demuestras el don que tienes y usas como escritor genuino para comprender la vida con una poderosa inteligencia asociativa y comunicacional, que nos facilita a tantos entenderla mejor, y restarle esa falta de sentido que mencionas. Oponerse constante y eficazmente a la entropía, al caos, por llenarlo de orden y belleza entre otras presencias positivas, y contribuir a desarrollar lo mejor en las individualidades que contactas dentro del Todo, es lo que haces y lo que me lleva a apreciarte tanto. Un abrazo.
EliminarMe gustó tu artículo "La insoportable levedad de ser escritor", amigo Gustavo. Yo soy de los que no sé muy bien por qué escribo, por vanidad, por destreza, por vocación, porque no sé hacer otra cosa medianamente regular..... No sé, en definitiva. Tu artículo me hace ahondar en estas y otras preguntas que siempre gravitan sobre la persona que escribe. Estoy casi absolutamente de acuerdo en todo lo que dices y la forma es muy buena, espléndida diría yo. Te felicito y te mando un sincero abrazo.
ResponderEliminarUna vez leí que el escritor genuino escribe desde un lugar alejado de lo banal y muy cercano a sí mismo sin saber porqué lo hace, pero consciente de que es lo que sabe hacer mejor, así que tu comentario te define. Espléndidamente. Es un honor tenerte entre los seguidores del blog y desde ahora entre mis contactos y amigos, para aprender de ti y crecer juntos. Un abrazo.
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