Desde que recuerdo he estado en una búsqueda constante de Dios. Al inicio resultó bastante confusa, pues mi madre nos acostumbró desde muy chicos a hablar libremente con ella sobre cualquier tema y a preguntarle cualquier cosa, y eso no funcionaba así en la escuelita parroquial donde cursé primaria. Cuando preguntaba en la clase de religión si los marcianos también tenían a su Salvador, o si Jesús se quemó cuando bajó a los infiernos al tercer día según el Credo, o por qué Caracas era un valle de lágrimas y no de edificios o de árboles, o por qué yo no podía meter la mano en la cesta del diezmo recogido en la misa si este era para los pobres, o por qué debía pagar el pecado original si ni siquiera había visto y menos mordido la bendita manzana ensalivada por la serpiente, asco, algunas veces me castigaban haciéndome escribir planas y otras mandándome a reflexionar sobre mis grandes pecados de cara a un rincón o sentado en una dura silla en la oficina de la Directora, una monja alta y gruesa a la que temía hasta Monseñor Moncada, el párroco.
Un día, mientras esperábamos a la maestra en el salón, unos niños dijeron que los judíos eran un pueblo maldito porque mataron a Jesús. En defensa de mi abuelo paterno, que tenía un número tatuado en su pecoso antebrazo, repetí algo que él me había dicho días antes y me sorprendió mucho, que Jesús y su mamá nunca fueron cristianos sino judíos. Se armó el alboroto, llegó la maestra y preguntó qué pasaba, qué raro, Lobi, siempre tú, pero no me regañó, aunque a partir de ese día, si levantaba el dedo en clase de religión, muchas veces se me ignoraba y tenía que bajar el brazo cuando me cansaba de acercarlo al techo. Mas yo seguía levantándolo, intentando comprender las cosas, incapaz de avergonzarme de mi ignorancia, pues mamá tenía prohibidas a sus hijos las bajas calificaciones en la boleta y la baja autoestima también. Y al ser yo el mayor, debía dar el ejemplo a mis hermanitas, que también estudiaban allí. Pero me iba muchísimo mejor en castellano o en matemáticas que en clase de Catecismo.
En los libritos ilustrados de la Historia de Don Bosco todos los niños malos que eran arrojados al fuego eterno con la boca abierta en un enorme grito tenían mi cara. No entendía lo de vivir con el Santo Temor de Dios y a la vez tener que amarlo con todo nuestro corazón y todas nuestras fuerzas, tampoco que Él nos estuviera observando siempre porque entonces se me quitaban las ganas cuando iba al baño, ni que dejara matar a su hijo único, pues solamente tuvo uno, para satisfacer su sentido de justicia y redimir a los pecadores si igual después todos volvieron a pecar, o hiciera sufrir tanto al pobre Job para ganarle una apuesta al diablo, o permitiera que asesinaran a los santos inocentes para que el Niño escapara liso, o decidiera calcinar a los pobres habitantes de Sodoma y Gomorra cuando no todos eran igual de malos y seguro había más de un bebé o algún pobre perro viviendo en esas ciudades cuando las apuntó con el dedo y las quemó completicas (¡cómo habría querido yo tener ese dedo cuando Peña y Montesdeoca me acogotaban después del consabido “te espero a la salida”), ni tampoco entendía por qué la suya era una Santa Ira cuando usó el fuego o inundó con un diluvio al mundo mientras la mía, que era una pobre irita, no era santa aunque no matara a nadie, y al querer aclarar estas u otras dudas la exasperada maestra decía cállate Lobi o, con cierta frecuencia y en tono más alto, ¡te me vas ya mismo a la Dirección!
Esta era casi como mi segunda casa. Allí a veces me daban libros santos para que los ojease y dejara de pertenecerle a Satanás, pero este no me soltaba la cabeza porque al leer sobre los pobres herejes condenados a la hoguera me daban mucha lástima y odiaba a la iglesia que los quemaba vivos cuando eso no se le hace ni a un pollo, las brujas yendo la pira con una expresión altiva de orgullo demoníaco me gustaban más que todas esas santas con los ojos siempre volteados hacia arriba y poniendo cara de gafas, el rosario se me hacía fastidiosísimo y las letanías una soberana ladilla que anticipaba la del cielo, pues este no me atraía: además de pasar frío en esas nubes vestido con una batica parecida a una dormilona de mamá, solo se podía cantar himnos y tocar un arpita ridícula por toda la eternidad, pero nadie podía escupir o hacer pipí sobre la gente de la tierra así fuesen malas personas.
Y para colmo todos los Papas, Santos y Reyes Católicos, muchos Niños Jesús y más de una Virgen medieval de los libros o de los cuadros que adornaban la Dirección me parecían bastante feos, es más, horriblemente espantosos. Aunque debo confesar que a veces preguntaba cosas solo para pasar por atrevido o ingenioso ante las niñas de la clase y escuchar su jijijiji. La más bonita, Licka Rincón, un día que recogíamos en la calle dinero para las misiones me regaló una estampita de María Auxiliadora. Esta sí era una virgen linda de verdad y la conservé para marcar mi catecismo hasta que alguien me la robó. Seguro fue Peña. Aunque todos afirmen que la infancia es la época más feliz de la vida, la mía tuvo muchos ratos malos. Como dice jocosamente un amigo, he sufrido.
Mientras más crecía más leía, y fui descartando uno tras otro al dios o los dioses de las grandes religiones, filosofías y sectas, al ver que todos eran creaciones del hombre hechas a la medida de la respectiva cultura, época y contexto. Lo deduje porque cada deidad tenía dogmas, tabúes y atributos que complacían diversas necesidades humanas, desde paliar el miedo a lo desconocido y la necesidad de protección del creyente hasta favorecer la conveniencia del respectivo creador de dioses dándole poder y control sobre la masa de adeptos. Siendo adolescente capté la soberbia y la necedad de quien pretende conocer a Dios al punto de explicarlo o ser su representante, o peor, el vocero de su voluntad autorizado para imponer su fe incluso por medio de la fuerza, pues pensé que si un ser humano pudiera entender a Dios, o este no sería ilimitado y omnisciente o esa persona sería Dios, tal como una hormiga dotada con mi mente y todos mis conocimientos sería yo metido en su diminuto cuerpo. Aun así, brincando de decepción en decepción, seguí buscando al verdadero Dios, y sepan ustedes que no es poca cosa dedicarle a la divinidad un pensamiento diario como mínimo y muchas indagaciones a lo largo de cinco décadas. Sin ser más obsesivo o neurótico que el común de las personas, no podía dejar de buscarlo. Algo por dentro me empujaba a ello y no me dejaba en paz.
Tardé mucho en alcanzar esa paz interior, pues no soy muy inteligente, pero terco sí. Por ser fiel a mí mismo no quise auto engañarme conformándome con el concepto bonito de un dios paternal que vela por todos sus hijos, pues lo desmentía a cada instante la fea realidad del mundo, donde todo lo malo le pasa a los buenos. Los dogmas siempre me han parecido un insulto a la inteligencia. Nunca he creído en pajaritos preñaos ni en ideologías populistas, sean religiosas o políticas, pues todas se caen por el peso de la incongruencia entre su discurso, sus obras y sus resultados. Cuando uno examina sus frutos, o están podridos o son de plástico, es decir, de mentira. Aunque no me gustan las etiquetas, en la adolescencia me puse la de agnóstico y con ella pegada en la frente seguí tratando de hallar a Dios, aun sabiendo que jamás podría entenderlo con mi limitada mente humana. No podía optar por la postura facilista del ateo debido a ciertas experiencias paranormales tempranas que no pienso contar aquí o este post se volvería un ensayo interminable, un cuento muy largo e imposible de creer para quien no haya pasado por cualquier vivencia demasiado rara como para entenderla con la mente, el cuerpo o la ciencia.
Total, que después de tanto ir en pos de Dios sin aceptar la versión de un padre protector que se deja manipular con plegarias, ya que este mundo tan lleno de dolores, males e injusticias lo desmiente en ese aspecto, ni querer verlo como un fenómeno natural como hacen los primitivos y los panteístas, ni reducirlo a ninguna de las áridas o edulcoradas definiciones de los intelectuales y creyentes de cualquier fe, finalmente pude identificarlo con algo: con ese mismo anhelo que me hacía buscarlo sin cesar y que al orientar el camino de mi vida le daba sentido a esta. ¡Dios estaba escondido dentro de mí, y yo buscándolo afuera! No puedo culparlo, Él tiene mucho de niño y, como dije, soy lento de entendederas. Yo ya sabía que el camino es la meta, pues había leído a Kavafis y a Machado, pero las ideas de otros nunca son tan convincentes como las certezas que uno saca de su propia experiencia. Jamás la teoría puede sustituir a la práctica, y la palabra, aunque poderosa, no es omnipotente, o este mundo tan abundante en buenos escritores, oradores y rezanderos no andaría tan mal. Sin hablar de que estos rara vez son congruentes con lo que predican.
El caso es que tratando de hallar a Dios visité iglesias, catedrales, sinagogas, mezquitas, logias, centros budistas y mandires, realicé retiros espirituales y Vipassana, traté el tema con sacerdotes, santones, teólogos, chamanes, lamas y gurús, incluyendo a un médium japonés y a Sri Mataji Shaktiananda, a quien conocí como Erika Tucker cuando ambos trabajamos en RCTV, me quemé las pestañas leyendo textos sagrados o profanos incluyendo los Vedas, el Corán y un par de libros herméticos de mi abuelo escritos en español, aprendí bastante mitología, cursé un seminario de religiones comparadas, incluso estudié a fondo Un Curso de Milagros, lo practiqué y difundí como instructor durante ocho años y hasta me fui en los noventa a Roscoe, Usa, para conocer la sede de la fundación UCDM, cercana a un bonito lago. He olvidado el nombre de este lago, lo que sí recuerdo es que, estando allí al caer la tarde, vi teñirse fugazmente del color de la sangre aguada todo el paisaje, el cielo, las aguas, los picos de las montañas, y ese baño rojo trajo a mi mente la profecía que siendo niño le escuché a mi abuelo paterno sobre una peste inevitable que asolaría a mi país durante muchos años.
¿Pero por qué debe pasarnos eso tan malo, abuelo?, le pregunté esa vez que profetizó con tanta anticipación la ruina nacional, mientras yo lo ayudaba en la joyería. A mis doce años, veinte parecían una eternidad. Y él contestó, arrastrando las erres: Porrrque tu pueblo es muy básico y manejable y jamás prrrosperará con su viveza criolla. Tendrrrá una evolución lenta y dolorosa, añadió con tono misterioso, pues al ser judío, masón y rosacruz, rara vez dejaba de poner un toque metafísico a nuestras charlas. Esa fue la última que sostuvo conmigo, su nieto mayor, pues murió dos meses después en un avión cuando regresaba de su logia en Egipto. Nos enteramos por la radio. Lo vi en su ataúd y me despedí de él, pero no pude llorarlo. Sigo sin hacerlo. Luego de un año, poco antes de cumplir mis trece y comenzar el bachillerato, recibí una postal suya extraviada durante ese viaje. Fue impactante, como un mensaje del más allá. Al dorso de la foto con la enigmática Esfinge me recomendaba en letra de molde que siguiera viendo blanco cuando cerrara los ojos y no olvidase jamás que el amor es madurez espiritual. Cada charla con él fue un deleite, pues sabía mucho y le gustaba satisfacer mi preguntadera infantil sobre las historias que vivió durante las dos grandes guerras y su paso por el campo de concentración. Cuando recordé en Roscoe aquella ominosa predicción de mi abuelo, pensé que la mayoría de nuestros recursos humanos no podrían ser tan poca cosa como para permitirla. Obviamente me equivoqué.
¿Cuántas veces advertimos la acción creciente de fuerzas implacables que acabarán por destruir nuestra cotidianidad y no las combatimos oportuna y eficazmente? ¿Cuántos hechos que hemos creídos ajenos a nuestra vida no terminan por afectarnos, y otros que consideramos trascendentales acaban evaporándose bajo el soplo cambiante de la vida sin dejar rastro? Recordando aquellos tiempos lejanos y amables, veo que los siguientes hasta este terrible 2020 abundan en individuos que han dedicado sus destrezas a cultivar, cosechar y esparcir los frutos de la oscuridad humana. Ellos no tienen idea de a cuántos inocentes y desvalidos han hecho sufrir, enfermar, pasar hambre y humillaciones o forzado a emigrar; no les importa la orfandad que han impuesto a tantos padres e hijos; son indiferentes al incontable número de lágrimas, de momentos de terrible desesperación, de progresos perdidos, de valores destruidos y de muertos que han costado los bienes materiales acumulados despiadadamente por su codicia inhumana para disfrute suyo y de sus herederos. A estos últimos tampoco les importa gozar de un bienestar manchado de sangre, pues desconocen la grandeza que va de la mano con la restitución y la justicia. Son los hijos favoritos de la oscuridad.
Es obvio que el malvado actúa como tal porque carece de suficiente conciencia despierta, pero eso no lo hace menos responsable de sus actos, porque cuando su alma se cubrió de carne fue dotada de voluntad y de libre albedrío, y al no emplearlos para evitar hacer el mal no tiene excusa. Sus ojos astutos, siempre vueltos hacia los frutos de su rapiña, no miran con culpa los estragos causados por esta ni ven que su vida es parte de un todo místico alentado por un propósito amoroso. Y mientras más se aleja de este menos siente que su condición de humano conlleva deberes hacia su especie y su hábitat, menos ve su unidad con cuanto le rodea, de modo que su soledad y su botín son un vacío lleno de miedo, y la falta de paz y el rechazo de los que perjudica añaden fuego al infierno que él mismo eligió para sí.
Esos malvados, junto con sus cómplices y beneficiados, son responsables de todo lo que han hecho vivir -e impedido vivir- a cada uno de los que han dejado sin raíces, sin futuro, sin bienes, sin salud, sin país o sin vida. Pero no dominan todo el proceso ni sus consecuencias, no pueden evadir leyes que son superiores a cualquier justicia humana ni evitarse el sufrimiento que implica evolucionar. De ellos será la sorpresa cuando mueran, como dijo el poeta. Al ser depredadores de la humanidad, al actuar como bestias, renuncian a su parte más humana. Paradójicamente, siendo lacayos de la oscuridad han servido a la luz al estimular la conciencia y la bondad en numerosas personas, aunque también hayan sacado a flote lo peor de mucha gente. Solo alguien con la mente muy débil puede considerarlos maestros, pues jamás han tenido la voluntad de enseñar o de hacer progresar a quienes perjudicaron. El único mérito corresponde a sus víctimas, según su resistencia, su aprendizaje y su conducta.
Quizás un instante antes de morir, las víctimas de esos malvados vieron abrirse ante ellas un túnel con salida a un mundo distinto, y tuvieron la sensación de estar mirando dentro de ese túnel la vida que habrían podido tener, contemplándola a través de un telescopio invertido como una secuencia de imágenes decrecientes pero nítidas de hechos y de personas que no pudieron ser. Más corto el túnel de los niños y los bebés asesinados, pues al no tener tiempo de crecer solo muestra dos o tres caras adultas algo borrosas y la imagen de su propia carita con los encantos de la infancia rápidamente desvanecidos por el hambre, la enfermedad o el miedo. El túnel de los jóvenes lleno de sueños y proyectos no realizados, quizás mostrando alguna hazaña postrera. El de los adultos con más vivencias, pues entre las no cumplidas hay algunos frutos de las que sí tuvieron. El túnel delantero de los ancianos breve como el de los niños, pero sin paz al final, aunque siempre pensaron que se irían de este mundo en medio de ella. Posiblemente esa paz los aguarde a todos ellos un poco más allá, donde la edad no importa, pues murieron siendo inocentes o, al menos, indefensos y crédulos.
Cada uno de esos túneles, hecho de años no vividos, es obra de hombres vivos que decidieron servir a la muerte por motivos tan ruines como la codicia, el odio o el deseo de sentir placer o poder. Ninguna de sus víctimas conocerá las imágenes de su túnel más que en esa ojeada de último momento; ninguno de los marcados por las torturas de la maldad experta en separar y destruir podrá vivir jamás esas posibilidades que en otras circunstancias habrían sido suyas; ninguno, así renazca mil veces, porque si vuelve a este mundo lo hará siendo otra persona y con otra historia.
Sin embargo, la luz no cesa. En el mismo contexto que permite la existencia de un degenerado como Stalin surge un héroe benefactor como Vavílov. Y hay consuelo y hasta cierta majestuosa belleza en la manera como esos millones de túneles salidos de vidas segadas prematuramente se van entrelazando cual otros tantos hilos para formar un nuevo retazo de la historia humana. Somos hebras del inmenso tapiz cósmico.
Sin embargo, la luz no cesa. En el mismo contexto que permite la existencia de un degenerado como Stalin surge un héroe benefactor como Vavílov. Y hay consuelo y hasta cierta majestuosa belleza en la manera como esos millones de túneles salidos de vidas segadas prematuramente se van entrelazando cual otros tantos hilos para formar un nuevo retazo de la historia humana. Somos hebras del inmenso tapiz cósmico.
Ese tejido energético brota más fuerte de los lugares agobiados por tiempos oscuros, y en las partes más sombrías de la trama hilada con la sustancia del sufrimiento personal o colectivo destellan como gemas innumerables puntos multicolores. Son los actos de nobleza, de amor, de valentía, de solidaridad, de dignidad, de resistencia al mal, que siempre brotan en medio de este. Su brillo suaviza con un lustre de esperanza el tejido resultante, dando esplendor al vestido elaborado con ese material de energía humana por el gran tejedor solitario para cubrir su fría desnudez al caminar entre las estrellas de este rincón del universo como otro cuerpo rutilante. A su paso se hace transparente la negrura del espacio huero, y donde es rozado por el traje queda sembrado de puntos luminosos que reducen progresivamente el vacío y la oscuridad en esa zona mínima del universo, contribuyendo a que todo este vuelva a ser ocupado eventualmente por una sola gran luz. Tal vez ese pedacito punteado con nuestras luces sea apenas una célula del gran Cuerpo Divino, hecho de muchos universos, pero sin nuestra contribución el infinito estaría incompleto. Así de insignificante e importante es la especie humana.
Era necesario plantear esta dualidad entre buenos y malos, víctimas y victimarios, para que se entienda mejor el resto del post. Siguiendo con la memoria de mi vivencia en Roscoe, a continuación compartiré con ustedes algunas de las principales ideas metafísicas expuestas en una conferencia que recibimos allí una treintena de visitantes venidos de varios países, y añado las que recuerdo de mis conversaciones durante ese día y el siguiente con uno de ellos, un alemán muy cordial, paciente e inteligentísimo, que hablaba español con el mismo acento de mi abuelo y hacía honor al apellido de su padre, Hule, pues mostraba una mente elástica que me asombraba al ver cómo se estiraba hasta extremos de comprensión que yo no lograba alcanzar. Estas líneas entre comillas fueron las enseñanzas que anoté aquella vez en una libreta y dentro de mí:
“Imagina que siempre has sido parte de la eternidad, y de pronto se te ocurre pensar qué pasaría si te separas de tu Origen, de ese Uno que muchos llaman Dios. Decides hacerlo, y por primera vez sientes la culpa y conoces el miedo. Si vuelves al Origen pierdes tu aparente individualidad, tu poder como creador independiente, tu especialismo. Pero si te mantienes separado te ves amenazado por todas las demás singularidades que también se salieron contigo de la Fuente para que pudieras creer verdadero tu sueño de separación. Esos otros, igual que tú, son creadores, y para dar sustancia a su nueva realidad, completamente opuesta a la anterior, la llenan con sus obras mientras compiten entre sí, atacan y se defienden, viven y mueren buscando sobresalir para ser reconocidos como únicos, pues los mueve la nostalgia de lo que fueron al ser parte del Uno. Claro que ese pensamiento de separación es falso, nunca sucedió. Por tanto, no hubo pecado, ni hay que sentir culpa por algo que jamás pudimos hacer, separarnos de nuestra Fuente. Pero ahora habitamos en un mundo ilusorio nacido de esa creencia, y como amamos nuestra obra y la creemos cierta, nos cuesta renunciar a ella".
"Sin embargo, originalmente venimos del Amor. Y cuanto más practicamos el amor en nuestro sueño humano, más nos acercamos al despertar de esa pesadilla que es la separación ficticia, más nos aproximamos a la paz que solo puede darnos el regreso al hogar donde aguarda nuestro verdadero Yo. Por eso, sea cual sea nuestra vivencia o reacción ante lo que sucede en este mundo tan lleno de males y de cambios, la mejor respuesta siempre vendrá del amor. No del temor, ni de la ignorancia, ni de intereses separados, ni del egoísmo propio. No de proyectar el mal y la culpa en el otro y castigarlo por ello. No de pelear contra nuestro insaciable ego o sufrir queriendo satisfacerlo. Solo necesitamos practicar el amor y la observación objetiva, sin hacer juicios, sin castigarnos o castigar al otro o a lo que vemos afuera de nosotros, si queremos recordar el único lugar que no está ocupado por el ego y su miedo. Porque no existen los otros, ni tampoco hay un afuera, cuando comprendemos que todos somos Uno”.
Esa expansión del Uno en muchos que luego vuelven a fusionarse es el equivalente al Big Bang, que formó este universo a partir de la explosión de un solo punto luminoso. Según la ciencia, nuestro universo está expandiéndose sin cesar, y cuando llegue al límite volverá a condensarse en un solo punto. Expansión, contracción, expansión, contracción. Ese fenómeno, repetido una y otra vez durante sucesivas eternidades, podría ser el ritmo de la respiración de Dios. Como soy solo una hormiga-hombre no puedo asegurarlo, pero en este universo se realizan las posibilidades más insólitas y así lo imaginé cuando leí estas líneas de Carl Sagan: «La ciencia no solo es compatible con la espiritualidad, sino que es una fuente de espiritualidad profunda. Cuando reconocemos nuestro lugar en una inmensidad de años luz y en el paso de las eras, cuando captamos la complicación, belleza y sutileza de la vida, la elevación de este sentimiento, la sensación combinada de regocijo y humildad, es sin duda espiritual».
De acuerdo a Un Curso de Milagros, cuando evito las palabras, juicios y actos que no ayudan a que mejore el mundo, cuando entiendo que esas conductas surgen de mi miedo y que este es el opuesto al amor que también me habita, cuando reconozco los disfraces con los que el miedo toma la apariencia del amor para alejarme de este y ganarme para sí, cuando soy capaz de aceptar que muy dentro de mí le temo al Amor, estoy dejando de creer en la separación entre Él y yo. Ese es el despertar de la conciencia, el final del sueño donde cada hombre es una isla, un sueño convertido en pesadilla mediante una programación continua que usan los mass media (televisión, cine, redes sociales, periódicos), las escuelas, iglesias y gobiernos para crear una realidad dominada por la violencia y el miedo, la culpa y el castigo, y donde se idolatra al poder y al dinero.
Yo no sé si lo que dicen Un Curso De Milagros, muchos antiguos textos sagrados, 230 millones de budistas y otras fuentes sea cierto, al afirmar que este mundo y cuanto contiene es una ilusión. Para quien está dentro de ella, obviamente pasa por ser muy real. Sin embargo, ya existe un film cuya trama podemos ir modificando con la mente mientras lo vemos (“The moment”). Y un mismo suceso puede ser percibido de distintas maneras por otras tantas personas. Y hay enfermedades psicosomáticas y curaciones milagrosas debidas a las creencias del individuo. Y líderes que convierten a sus adeptos en grandes hombres o en bestias, según cómo les laven el cerebro. Entonces, cabe suponer que también podemos crear o modificar la puesta en escena que es esta vida, y de hecho lo hacemos constantemente. La ciencia ha demostrado que todo es energía, que nuestro cuerpo está hecho de elementos venidos de las estrellas, que la propiedad fundamental del universo es el entrelazamiento de todo lo que contiene. Solo que casi nada de esto podemos captarlo con los sentidos corporales. Ignoramos demasiadas cosas y damos por ciertas muchas que no lo son.
Lo que sí sé es que la falsa creencia en la separación es la base de todos los errores y problemas humanos. Si en verdad creyésemos que somos parte de lo mismo, ¡cuánto cambiaría para bien el clima social y físico del planeta! El mundo no es un mecanismo de relojería que mide el tiempo de cada persona mientras esta vive como se le antoja, sino un organismo vivo que incluye a cada micro o macro ser. Como dijo M. Yourcenar: “Entre el alba y el crepúsculo de cada hombre fluye algo que no es el tiempo, sino la vida. Una sola y misma Vida, fragmentada en billones de manifestaciones”. Somos seres demasiado breves como para que nuestro tiempo importe más que lo que hagamos con él, pero, aunque físicamente mortales, somos pequeños dioses creadores. El surgimiento se da cuando el todo supera la suma de sus partes, cuando el cosmos que es nuestro cerebro interactúa mejor con el cosmos externo. Neuronas y estrellas forman nuestro universo. Quizás esta cuarentena ilumine a unos cuantos como a los antiguos profetas les sirvieron sus cuarenta días en el desierto.
Si creemos que este mundo es real, nuestro actual aislamiento preventivo contra dos virus, el Covid 19 y el miedo, nos está facilitando un reenfoque de la vida para redefinir hábitos, metas y prioridades, y valorar cosas simples que dábamos por descontadas como poder respirar y tocar, la libertad de desplazarnos, la visita familiar, el abrazo. El uso obligado de la mascarilla nos debería hacer reflexionar sobre el uso de la hipocresía o cualquier otra máscara social con la que antes tampoco mostrábamos la cara. Nuestra especie solo valora el bien cuando lo pierde o deja de ser gratuito. Tremenda lección de vida la que estamos recibiendo, más allá de la causa real o supuesta de la pandemia, de las agendas ocultas que buscan beneficios egoístas con ella, del proceder de quienes no terminan su relación disfuncional con el mundo ni siquiera in extremis. Se nos está dando una oportunidad única de mejorar nuestro mundo externo e interno con este encierro generalizado que refuerza el de nuestra piel, ahora que se nos escapa el curso de las horas o el nombre de los días y no podemos ocupar la mayor parte de nuestro tiempo en huir de nosotros mismos con mil actividades y distracciones. Y ya que este post trata básicamente de la relación humana con el Amor, paso a hablar de la mía con Él.
Luego de visitar Roscoe olvidé la terrible profecía de mi abuelo, que ya está próxima a terminar, aunque no sus secuelas, hasta que una década después vi cómo se iniciaba y luego crecía rápidamente. Volví a Usa y se me ofreció la nacionalidad norteamericana con tal de quedarme viviendo allí, pero no quise aceptarla. Me gusta mi país, mi madre y hermanos no quisieron abandonarlo para comenzar tardíamente una vida en otro, y yo nunca habría podido dejarlos a merced del horror. Es que los cinco estamos tan unidos como los dedos de la mano. Así que fui adaptándome al descenso progresivo de la calidad de vida en mi tierra, lo que incluyó pasar por aprendizajes que redujeron mi orgullo y mis recursos materiales a pobres vestigios. Fue muy malo para mi ego y muy bueno para mí. Ante la pobreza masiva acentué mi voluntariado social, y cuando la Vida lo notó dispuso que me contactaran personas nobles que han pasado a ser mis referentes de cómo quiero ser y me han ayudado a ayudar, convirtiéndose en fuertes relaciones álmicas que posiblemente yo no habría encontrado en otras condiciones.
Con el apoyo y ejemplo de estas amistades las cosas en mi vida comenzaron a encajar y a cobrar sentido, como en un rompecabezas que al ser armado muestra el rostro de la divinidad. Hasta entonces, mi vida y yo nos habíamos parecido muy poco. El camino que escogí para llegarle al meollo fue practicar la compasión, entendida como solidaridad desinteresada hacia el otro siempre que su conducta no fuese perjudicial para sí mismo, para mí o para terceros. Y paradójicamente, al renunciar al dios dinero poniendo la solidaridad y la ética por encima de la conveniencia material, la vida se ha encargado de cubrir mis necesidades, aunque debo reconocer que estas son bastante simples. Tengo vena de estoico, y cuando he ocupado un lugar profesional resaltante o disfrutado como invitado de algún lujo reservado a los muy ricos, jamás me apegué a él.
Los miedos que aún siento, mis transgresiones al Amor, los juicios de valor que todavía hago contra cierto tipo de personas, mi deseo de que los malvados experimenten el mismo sufrimiento que causan para que aprendan y paguen sus ruindades, evidencian que no creo por completo en las bonitas filosofías de UCDM, del Nuevo Testamento o de Buda, tan parecidas entre sí. Pero no descarto que puedan ser ciertas, pues vivo en un universo donde todo es posible, y continúo intentando arrimarme a la verdad en un mundo lleno de apariencias de ella. Y como además de persistente soy honesto, no por imagen social sino por buena crianza y respeto a mí mismo, para que nadie me idealice termino de esbozar este autorretrato reconociendo públicamente que apoyo la unión y la solidaridad, pero eso no implica que ame a todos los seres humanos. De hecho, una parte no pequeña de la humanidad me repele por su conducta despiadada o irracional. A veces he deseado que alguno de sus peores ejemplares se muera para que deje de joder tanto.
No obstante, así como esos depredadores inhumanos matan personas, ambientes y hasta países, yo mato mosquitos, moscas y cucarachas sin remordimiento. Siguen sin gustarme los monos y los tiburones, prefiero por mucho los perros a los gatos, la montaña al mar, y una buena lectura a solas o conversar con una o pocas personas afines conmigo que asistir a una reunión muy concurrida y prestigiosa. Pero al menos ya estoy consciente de que toda creencia o preferencia es limitante, y que en el terreno de la espiritualidad vale más estar que saber, ser que tener, hacer en vez de hablar, y que la búsqueda sincera equivale a logro. Creo mejor gastar mi tiempo dando de comer algunas veces a un niño de la calle y otras a una guacamaya, que invertirlo en el juego de alcanzar el mayor éxito social y material posible. Antes de salirme de ese juego tan competitivo para buscarme, para probarme en otros escenarios más trascendentes que el de satisfacer mis sentidos, logré un puntaje ligeramente superior al promedio a nivel profesional, social y económico, y eso estuvo bien, pues para renunciar primero hay que tener. El peligro está en no poder desasirnos del apego material, o soltarlo por un exceso de idealismo.
Dicho juego nos aleja del Amor, pues lo rebaja a un medio para dejar de sentirnos incompletos o para conseguir placer, respeto y seguridad obteniendo la mejor casa, pareja, empleo, capital o lo que sea. Pero como no es un amor desinteresado o incondicional, detrás del logro y el disfrute de todas esas posesiones está siempre oculto el miedo a perderlas. Es el juego favorito del ego, pues además de las obvias satisfacciones sensoriales y emocionales que proporciona, abunda en actos y situaciones que lastiman o perjudican a alguien. Y esos no son juegos, como habría dicho mi abuela. “Por fortuna hay un mundo muchísimo mejor que esta blasfemia maloliente que nos ofrecen como fórmula de vida”, opina Eziongeber, y le doy la razón, pues este pana tiene claro que la vida es más práctica que teórica, que la comunicación va más allá de saber hablar, leer y escribir, que la poesía importa tanto como las leyes y las matemáticas, que el amor ha de mandar más que el miedo, y que si no es así, debemos cambiar eso.
En el juego egoísta del éxito socio económico se pierde el sentido vital de la co-responsabilidad, se confunden prioridades con banalidades, se adquieren apegos y se inventan necesidades, se fabrican y adoran ídolos, sean bienes, ideas, sensaciones, símbolos, personas o personajes públicos, se crea la necesidad del enemigo. El juego de poner a competir a todo el mundo para ver quién se acerca más al tope solo arroja resultados relativos e incompletos en cuanto a darnos la felicidad que promete. Y pocos son los triunfadores que viven satisfechos, con salud y paz. Una rara excepción es el hombre al que los honores no le restan humildad, sino que le permiten ver con claridad el juego y salirse de él, porque su modestia es auténtica y no una pose del ego. Es el caso del poeta Rafael Cadenas, siempre tan sencillo, tan lúcido, tan despierto. Otro poeta que también ayuda a despertar conciencias con su clara visión y su palabra precisa es José Pulido. Lean cualquier texto suyo y se darán cuenta. Este post tan extenso podría resumirse con tres fragmentos tomados casi al azar de sus poemas: “Quizás el único misterio vigente es que eres del tamaño de lo que te gusta y has decidido ser todo lo contrario… Dicen que tenemos fuego en el mero centro igual que la tierra y que algunas personas se han quemado a sí mismas al concentrarse inadecuadamente… Dicen que estamos hechos de amor”. Por suerte no hay que ser poeta para poder abrir los ojos y diferenciar los posibles caminos en la vida o un gentío estaría fregado, comenzando por mí, que jamás he escrito un verso y quizás nunca lo haga.
Las redes sociales contienen bastante basura, pero también ejemplos de que muchos estamos despabilándonos en medio del actual e irreversible cambio del mundo conocido, sumándonos en un despertar cuyo rasgo principal es la solidaridad. Lamentablemente, estamos lejos de ser una masa crítica que eleve el nivel de toda nuestra especie, pues sigue abundando la gente que practica el arte de vivir con egoísmo, que simula bondad con palabras bonitas y rara vez con actos realmente generosos, cuya esperanza consiste en sobrevivir al Covid 19 para retomar sus rutinas tranquilizadoras y continuar apoyando el juego de la alienación masiva que terminó ocasionando este virus. Solo les importa su pequeña vida. No entienden que ahora estamos en otro juego de poder, esta vez a escala mundial, donde las conciencias menos despiertas se dormirán más profundamente. Quizás algunas abrirán los ojos con sobresalto cuando las sacuda un nuevo factor que atente contra la estabilidad de su cómodo mundo, pero hay quienes no aprenden ni por las malas, y cuando la situación empeore se sumirán todavía más en su sueño de miedo y evasión. Más de uno se suicidará si pierde a la pareja, al hijo, la casa o el negocio. De nuevo el juicio y el castigo, esta vez contra sí mismo. Sobran ejemplos de conductas y decisiones erradas, y todas parten de una visión equivocada del Amor. Para el ego, con su complejo de héroe, resulta insignificante ayudar a un niño de la calle, un viejito hambriento, un perro abandonado, una guacamaya, una mata sedienta. Para la compasión no, pues sabe que por algo esas criaturas existen, sabe que la felicidad y la vida están hechas de detalles, sabe también que la casualidad no determina esos encuentros y que en ellos dar equivale a recibir, pues ambas partes resultan beneficiadas.
Si nuestra realidad es en verdad un sueño, uno donde impera la creencia en la separación con su terrible carga de dolor y miedo, ¿acaso es imprescindible sufrir y causar sufrimiento para poder despertar? No. También tenemos la opción de pasar a un sueño más amable construyéndolo con actos de amor, para facilitar la transición desde nuestra existencia actual a una vida más despierta. En todo caso, esta nos espera cuando muramos, y no podremos mentirnos cuando veamos la película que protagonizamos en este mundo y seamos nuestro propio juez. No puedo probarles que será así, porque todavía estamos vivos, y después no hará falta. Pero lo sé. Una docena de contactos me ha pedido por privado que hable de mis pocas experiencias paranormales. Es absurdo hablar de tales vivencias a quien nunca las ha experimentado, pues tendrá razón al no creerlas, así que no puedo usarlas para demostrar que temer a la muerte es una tontería nacida del terror que tiene nuestro ego a desaparecer, pero sí puedo emplear esta metáfora: Somos como las olas del mar, que salen de él para tocar brevemente esta tierra y luego retornan a la inmensidad del océano cósmico de donde vinieron. Estoy tan seguro de eso como de esto: Mientras mojemos nuestro planeta con nuestras lágrimas y respiremos su aire, la bondad es mejor opción que la vileza. Siempre.
Uno de los inmensos beneficios de practicar la compasión, entendida como amor desinteresado, se crea o no en Dios, es que cambia nuestra visión de cosas que aterran a la mayoría de la gente como la muerte, la soledad, la pobreza, el fracaso, el qué dirán, etc. En mi caso sé que voy bien encaminado gracias a tres indicadores: Cada vez tengo menos apegos materiales y emocionales, ya no temo a la muerte, y siento paz. No importa cuánto cambien las circunstancias en el mundo externo, siempre conservo una porción pequeña pero inconmovible de paz interior. La suficiente para sentir y practicar la compasión aun en los peores trances. Esta compasión me hace ayudar a un ser más desvalido con una empatía que no siento cuando veo a algún conocido sufriendo por su afán de competir y sobresalir en uno de tantos juegos sociales. Mucha gente vive desperdiciando su vida o irrespetando la de otros hasta que agota su último aire y ve con terror acercarse su final. Yo no temo morir. Me da miedo el cómo, si incluye enfermedad o violencia, pero no el hecho inevitable de la muerte. Sin duda me dolerá mucho si ella llama antes que a mí a uno de mis seres queridos, pero será por la pérdida sensorial del hábito afectivo, no por creer que esa amada energía vital, con su conciencia llena de valioso aprendizaje, pasó a formar parte de la nada. Eso no sería inteligente, y este universo lo es, podemos verlo en cada detalle. Si miras a los ojos de alguien que amas, o recuerdas la luz que viste en los suyos, comprenderás que no hay muerte. Que todo cuerpo físico finalice con su muerte natural es, en realidad, una muestra inmensa de amor. Basta pensar un poco en ello para entenderlo.
Puede que algo de lo dicho parezca absurdo, pero solo a los ojos de un ego herido adorador del éxito y el dinero, del poder y el placer, gratos en sí mismos, inocuos si se ven como parte de un juego pero no causan apego ni adicción, dañinos en tanto sirven al sueño del especialismo y de la separación. Por fortuna cuento con el referente ya mencionado de varias personas cuya humildad, nobleza, generosidad y pureza superan por mucho las mías y aun así me quieren y sirven de ejemplo y de estímulo. Uno de esos amigos es un sacerdote católico que, tan pronto leyó el post previo, me envió un mensaje privado donde lamenta mis encontronazos infantiles con la religión y dice que sí soy creyente en Dios pues creo en el Amor. Este cura me ha enseñado a acercarme y ayudar mejor a los niños de la calle. Por algo ha salvado de ella a muchos cientos. Yo solo lo he logrado con un par de chamos, aunque también he ayudado a vivir un poquito más a varios niños y ancianos gracias a la ayuda de otros amigos. ¿Cómo no admirar y querer como familia a gente así? Por el regalo vital que son esas personas tan evolucionadas, por haber alcanzado el punto en el que amo la vida y le encuentro pleno sentido pero no estoy apegado a ella, por esa ñinga de paz interior que nunca pierdo pase lo que pase y a veces me inunda por unos minutos sin motivo aparente, por haber superado el temor a la muerte aunque me queden otros miedos, por la dicha inefable que da practicar la compasión mientras esta va borrando miedos, prejuicios y falsas creencias como una esponja limpia la mugre, sé que escogí una vía acertada, corta y amable para retornar al Origen. Lo publico no por jactancia, sino por si alguien quiere tomar también este atajo y conseguir esas bendiciones. Disculpen el tonito de predicador, pero no consigo decirlo mejor de otra manera.
Un requisito esencial es recorrer ligeros de equipaje el camino que nos falta; para eso hay que examinar nuestras creencias, prejuicios y apegos y cargar con la menor cantidad de ellos. Sé que cuesta bastante renunciar a lo seguro, a lo aprendido desde la infancia, a muchos bienes e intereses materiales, a lo conocido, por querer saltar al vacío en busca de la trascendencia, mas no se trata de renunciar a los placeres de nuestra experiencia humana, pues por algo somos almas encarnadas en un cuerpo-mente con sensaciones, así que resulta menos exigente otra opción: seguir en el juego social, pero reconociéndolo como lo que es, un juego, restando importancia a sus castrantes reglas y premios, y evitando dañar a otros. Todos los lazos exteriores son pura vanidad comparados con el lazo que vamos atando con nuestra esencia. Vamos creciendo con cada desapego material, hasta que aprender a romper nexos con lo de afuera pasa a ser un juego dentro del juego. Y hay que amarnos. Sin egoísmo, sin narcisismo, valorando todo lo que hemos logrado y aprendido desde que éramos un bebé hasta ahora. Pocos se maravillan de ser quien son cuando despiertan cada mañana. La mayoría desempeña el rol diario de ser la persona que es como algo natural y de poco mérito. Pues deberíamos agradecernos, sin perder de vista que la realidad que verdaderamente importa no está fuera de nosotros, sino adentro. Hay que vivir en la propia conciencia más que en cualquier forma exterior, y como una conciencia despierta no puede morir, adiós el miedo a la muerte. Posiblemente, al pasar el telón que separa la vida de la muerte, encontremos a La Lupe cantando a todo gañote que la vida es puro teatro.
Para avanzar más rápido no se debe buscar refugios fuera de uno mismo; hay que practicar la compasión con hechos, no solo con palabras, plegarias y buenas intenciones; es imprescindible agradecer las incontables maravillas que forman nuestro cuerpo y su ambiente; si jamás hubiésemos visto un árbol, un pez o un brazo, este sería un portento para nosotros. De tanto ver milagros ya no los consideramos tales, pero sin gratitud no hay avance. Además, conviene observar(nos) a diario con la mayor objetividad posible, atentos a los engaños y verdades de estas tres voces: la voz de la propia experiencia, que forma nuestro sistema de creencias y nos constituye psíquicamente, la del alma colectiva que heredamos por ser humanos, y la que constantemente habla en torno nuestro queriendo manipularnos como una masa social que se controla mejor mientras menos piense y actúe por propia voluntad. ¿Por qué crees que a los mejores deportistas, actores y artistas les pagan millones? Porque son excelentes distractores de masas. ¿Por qué quien diseña una gran red virtual es recompensado con más millones aún? Porque inventó otro controlador social efectivo. ¿Por qué la humanidad tolera largas dictaduras, o el destrozo de su hábitat natural, o sigue apoyando ideologías populistas comprobadamente nefastas cuando son aplicadas? Por la misma razón que recompensa a distractores, controladores y vándalos: Adicción al poder. La minoría que detenta el poder más alto es quien manda sobre la humanidad y sus aparentes gobernantes oficiales. ¿Quiénes conforman esa minoría? Esa es la pregunta. Yo ignoro la respuesta, pero veo clarito que detrás de toda adicción al poder lo que hay es miedo.
Con esto del virus y la cuarentena me he preguntado si además de ser nuestro pasado no seremos ya, ahora mismo, nuestro futuro, si este no será un ser vivo independiente de nosotros que genera un proceso causativo en el presente para poder producirse más adelante. Aun si es así, somos co-creadores y responsables de nuestro destino. Siento cada vez con mayor fuerza que somos partículas de experiencia colocadas y relacionadas en diferentes contextos por una Inteligencia superior, células de un Algo que se conoce y ama a sí mismo a través de todas y cada una de esas minúsculas experiencias energéticas. Como lo sabe intuitivamente todo aquel que ha sido niño, la vida es un canto coral donde sobresalen dos notas opuestas, Amor y Miedo, y una voz solista flanqueada por ambas que habla de Unión. Amor, Miedo, Unión. No hay más. Todas las otras notas y acordes con las que la humanidad canta, escribe y relata su historia son variaciones o ausencias de estos tres temas.
En los últimos días he gozado con varios detalles gratos sin salir de casa. Los he visto dentro de ella y también en el cielo, cuyos cambios continuos no le impiden ser siempre el mismo. Esto nos dice algo importante sobre nosotros, pues venimos de allí. La semana comenzó con un maravilloso palo de agua. Casi podía escucharse el griterío alegre de los árboles sedientos detrás del de las guacharacas. Está brotando en mi jardinera un aguacate, que más adelante llevaré al parque para que crezca junto a los mangos. Ojalá no se lo roben como al otro, pues los robachicos siguen activos en la actual Edad Media, tan golpeada por la peste roja. Después de disfrutar “La ternura de los lobos”, la mejor primera novela que he leído de cualquier autor, comienzo a darme banquete con las obras completas de H. K. Laxness, el gran islandés.
Lo leo junto al ventanal de la cocina, porque está haciendo un calor tremendo en Caracas, y como cerca del ventanal está mi cuadro del Tritón, sus plantas marinas a veces atraen algún insecto. El Dios de las Pequeñas Cosas sabe que los escarabajos me encantan y con frecuencia me envía uno. Lástima que también manda moscas y mosquitos. Desde ese mismo ventanal he visto bellos crepúsculos y lunas soberbias. Ayer brillaron como dos luceros los ojos de un niño con un tapabocas sucísimo al que di algo de comida y hoy unas chupetas. Horas después, por primera vez en mi vida, escuché cantar a las chicharras casi a medianoche. Todas estas cosas son milagros. Pequeños y fugaces, pero milagros al fin, que se multiplican si uno los reconoce y agradece. La belleza de este planeta restaura la esperanza que borra el mal proceder humano.
Esta tarde, justo cuando escribía esto en mi muro queriendo animar al menos a una persona a meterse hondo y sin miedo en su mar interior para meditar un rato sobre el amor, la vida y la muerte, me visitó por primera vez el manso hijito de Toribio Tuqueque, mientras este correteaba por la jardinera de la sala. Su heredero parecía una cosita mínima en el piso blanco del cuarto donde tengo la computadora, y ahí permaneció quieto, junto a mis pies, viéndome escribir mientras las ideas se atropellaban formando un solo despelote en mi mente, queriendo cada una ser la primera en salir para encabezar esta segunda y última parte del post. A primera vista confundí al tuquequito con una brizna seca que el aire caliente metió por la ventana o trajo desde la jardinera. Así es la vida, nos sorprende con un pedacito de ella donde uno creía ver algo muerto, rompe a cantar en medio del silencio, nos mira por encima de un tapabocas o desde un espejo. En honor a aquel grato encuentro en Roscoe le puse a mi nuevo duende casero el nombre de Hule. Por cariño, Hulito. Antes de llevarlo con su papá me pidió que no publique más textos tan largos, y le di mi palabra. Entre otras razones reptilianas, teme que si me levanto cansado y medio cegato luego de tantas horas ante la pantalla lo pueda pisar. Sigamos.
Menuda catarsis la tuya amigo mío, te tengo que dar las gracias por ser tan sincero, pocos lo hacen, pero estoy seguro que este artículo te ha liberado bastante. Cuentas cosas de tu infancia con experiencias en la más grande “fábrica de ateos” que son los colegios religiosos, y en concreto los salesianos, que ellos fueron los causantes de mi abandono de la iglesia a los doce años, aunque mi formación religiosa se mantuvo a cargo de mi madre que era más virtuosa y verdaderamente creyente que todos juntos. Desconozco si me has leído últimamente, pero si no lo has hecho, ya te digo que cuento (algunas cosas entre líneas) mi transformación espiritual la que creo que será la última. He tenido unas experiencias místicas, tres en concreto, que han dado un vuelco a mi vida de tal calibre que ya no soy gusano, sino mariposa alada. Mi menor actividad bloguera se debe a que estoy escribiendo en privado asuntos relativos a mi último estadio espiritual, y algunos otros factores que si diera publicidad, querrían “colocarme” en un psiquiátrico, a lo que no estoy llamado.
ResponderEliminarTe mando un saludo muy fuerte de tu admirador y amigo Alberto Antonio “Avalon”