A lo lejos, un viejo coche humeaba
tras sufrir un accidente fatal. Los cascos del burro, al aplastar el aire de la
encrucijada, hicieron volar el papel escrito hasta el pecho del campesino, y a
la luz del amanecer el buen hombre trató de leer las líneas torcidas. Como no
pudo, pues su alfabeto no pasaba de doce letras, devolvió estas al polvo junto
con sus hermanas, y desde el suelo todas ellas continuaron diciendo:
“Cabeceaba dentro del cine oscuro y
caliente, esperando la película. Esta prometía ser un bodrio, pero eran pocas
las distracciones ofrecidas por el pueblo de sus abuelos a un citadino de trece
años. De pronto, sentí próxima la incómoda sensación de cambio que a veces me
asaltaba entre otras propias de la pubertad, solo que esta me hacía viajar. Me
dormía en un lugar y despertaba en otro, del que salía al escuchar un ruido
fuerte. Eran unos sueños raros. Sin ser yo, no dejaba de serlo, pero me veía alojado
en un cuerpo con una edad y unas memorias distintas a las del sueño precedente.
Asusta no tener control sobre la propia historia. Para no caer dormido me puse
a observar a la escasa concurrencia, y luego recordé la última de esas vivencias
oníricas, tan reales como mi actual vida de chico.
Reconocí en ella mi mano ya crecida, provista
de un reloj de hombre, aferrada al lugar desde donde observaba a escondidas a la
que era mi esposa en el sueño y a un bebé. La mujer parecía harta de maltratos hediondos
a alcohol frecuente, pues se lamentaba por estos mientras llenaba una maleta y
gritaba su decisión de acabar con su condición de víctima y con el fruto falso de
nuestra convivencia. Cuando terminó de empacar, se acercó a la cuna para
negarle al infante el derecho a seguir respirando el aire que a ella le
faltaba. Luego abrió una gaveta, encontró, rompió y esparció fotografías de
nosotros alrededor del crimen para redondearlo, trancó la puerta con un golpe
que resonó en mis oídos desde algún lugar al otro lado del tiempo, y salió a
buscarse una nueva vida mientras la muerte la nombraba.
El portazo me despertó. Tenía las
mejillas mojadas. Continuaba dentro del cine, después de ver otra vez ese cortometraje
privado. Sentí la mano izquierda adormilada por haberla mantenido apretada
contra el lateral de la butaca. La sacudí. No estaba seguida de reloj. Este no
hacía falta en ese pueblo donde el tiempo parecía detenido. Me puse a pensar
que últimamente mi vida y yo nos parecíamos muy poco. Por lo general cuando
pienso o me aburro siento sueño, así que volví a cabecear. El olor acre que
acababa de ocupar la butaca de la derecha me hizo mudar dos puestos más allá. Su
propietario aguardó unos minutos antes de insistir en sentarse a mi lado. Me
preocupé, pues había bastante asiento vacío lejos del mío. Por el rabo del ojo
traté de distinguirlo entre las sombras, pero no pasaba de ser un bulto grande
y maloliente. Alzando la voz para atraer cualquier atención sobre nosotros, le
dije: Perdone, quiero estar solo.
Respondió colocando una palma pesada y
viscosa sobre mi rodilla. Yo podía ser mal estudiante, pero estaba bien
informado acerca de los viejos verdes. Entre asustado e indignado la tomé para
apartarla, y súbitamente esa mano grande y fofa giró convertida en garra, se
apoderó de la mía y la jaló con fuerza hacia su cuerpo. Traté de recuperar mi
mano, mi libertad, mi rabia, pero fue inútil, una succión irresistible engulló
brazo, cabeza y todo el resto de mí, hasta los zapatos. Grité. Mi propio grito
me despertó, sobresaltando al viejo señor que se había sentado cerca cuando
cerré los ojos y se alejó refunfuñando contra la juventud irrespetuosa y las
drogas, envuelto en una nube de olor a rancio. Justo entonces comenzó la
película, pero yo abandoné corriendo la sala temiendo no llegar a tiempo al
baño. Nada que hacer. Me había orinado.
Luego de limpiarme volví a entrar,
empeñado en ver una película monotemática para escapar de la mía tan absurda y variada,
pero la aburrida trama pudo más que yo. Cerré los ojos un instante y eso bastó
para que sintiese cómo corría la tarde y yo con ella, sobre la butaca convertida
en el asiento piloto de un viejo sedán. El asiento trasero tintineaba por los encuentros
forzados de numerosas botellas de licor vacías. El monstruo del vicio me
perseguía. Las llantas herían el suelo polvoriento de una carretera rural,
superando etapas fugaces que me alejaban de la niñez. El mundo huía velozmente
hacia atrás mientras yo avanzaba buscando mi destino final antes de ese
amanecer.
El asmático motor aspiró el
interminable trayecto descrito por una amplia curva, tan abierta que parecía
recta, otra de las tantas mentiras de este mundo. Un poco más allá podía verse
la encrucijada que decidiría mi futuro. El camino de la derecha conducía a lo
ignoto; desde la vía izquierda, la seguridad de lo conocido me hacía señales
inconfundibles. Indeciso, me detuve en la bifurcación para reflexionar un poco,
encontrando el lugar contaminado por un ruido de fondo que parecía la voz de
otra película encerrada en un oscuro cine de pueblo.
Cansado de conducir durante tanto
tiempo sin haber aprendido a manejarme, apoyé la frente sobre el volante. Al
incorporarme recuperé el recuerdo de aquel cine de mi infancia, seguido por la
secuencia de cuanto pasó después. Reconocí la casa que nunca fue hogar, aun estando
vacía de los brazos infieles que rodearon mi estúpida inocencia queriendo
venderle un hijo ajeno y un crimen por el que casi fui condenado. Desde el
retrovisor interno me miró largamente el autor de tantas huidas y regresos. Acepté
por él todo el camino recorrido. Entonces escribí estas líneas, las arrojé por
la ventana, arranqué un rugido al motor y pasé raudo sobre sus miedos,
eligiendo la vía de la derecha.
Todavía no he despertado”.
Gustavo, te felicito por tan elocuente relato lleno de sentimientos nostálgicos sobre momentos "aburridos", u entre ellos, los horrores de los sueños de un niño en períodos de ocio. ¡Qué bueno que retomaste tu blog. Espero que aumente la frecuencia de las publicaciones. Un abrazo y que estés muy bien.
ResponderEliminarLa estructura del relato me parece muy interesante; además, hay aciertos literarios importantes. ¿Por qué no continúas compartiendo tus escritos? ¿Publicas en otro blog? En cualquier caso, no deberías dejar de escribir. Saludos.
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